Por Eduardo Aliverti
Mauricio Macri y las principales figuras de su equipo hablan de un futuro muy próximo, bienaventurado, no más allá del próximo semestre, en el que comenzarán a sentirse los efectos positivos de haber devaluado brutalmente, desfinanciado a las arcas públicas por quita de retenciones más el endeudamiento en dólares, generado una oleada de despidos que se cuentan de a decenas de miles en el sector estatal y privado. Y disparado una inflación que ya es el ajuste pagado por los que menos tienen.
El problema del Gobierno es que, bajo decisiones como ésas, sólo indicativas de una ¿épica? de derechas, reaccionaria, sin rasgos de sensibilidad social, no hay futuro inmediato que no sea cómo llegar a fin de mes; de qué modo estirar un poder adquisitivo hecho casi trizas a poco más de los dichosos cien días de aguante que tiene cualquier gobierno nuevo; con cuáles argumentos no recesivos se sostiene la posibilidad de mejorar. Este último ítem quizá merezca detenimiento porque, articulando cinismo con dudosas intenciones críticas, desde el riñón periodístico del macrismo viene afirmándose que el error gubernamental es la mala comunicación. Podría concederse que Casa Rosada incurrió en varios deslices llamativos, habiendo ese mentado dream team capaz de manejar cual los dioses el qué y cómo se comunica. De hecho, fue uno de los factores a que recurrieron propios y ajenos para explicar la derrota electoral del kirchnerismo. Citan varios ejemplos de patinadas, como la de Macri en Salta anunciándose que hablaría en un acto con wichis mientras en ese momento medio país estaba pendiente de la reaparición y discurso de Cristina; o haber mantenido en su agenda notificar “medidas sociales” a la misma hora en que sólo importaba la tragedia de Costa Salguero. Afuera y adentro, asimismo, todos son conscientes de que Macri no dispone precisamente de una oratoria fluida, al margen de algún entrenamiento foniátrico y locutivo que mejoró su papa en la boca. Luego, claro, se necesita no tanto poder conjugar oraciones con más de tres sílabas –que también–, sino saber dotarlas de un contenido profundo, seductor, convocante y masivo. En ese aspecto, las críticas deslizadas a Macri y compañía, por parte de varios comunicadores militantes en las corporaciones mediáticas de su tronco, podrán ser profesionalmente acertadas si apuntan a que comandar el gobierno nacional no es lo mismo que vender globos de colores en una campaña. Pero no son cuestionamientos justos, o caen en una extrema hipocresía, si se trata de pretender una manera feliz para comunicar que lo horrible es hermoso y que gobernar para los ricos es una tarea exigente, necesitada de comprensión popular.
Hay algunos argumentos que se observan firmes, y nunca mermarán, en el núcleo más duramente gorila de los votantes de Macri. Y aún serían poco apreciables –habrá de verse cuánto tiempo– las rajaduras aparecidas entre los fluctuantes, creídos de que las cosas podían andar mejor sin cadenas nacionales a cada rato, con cambios de estilo, liberando al dólar, sustituyendo personajes mientras no se afectaran las conquistas habidas en los doce años K. Es resistente el justificativo de que los echados estatales son en su totalidad ñoquis choriplaneros, y que los inversores nos miran con cariño como si las inversiones reales no tardaran años en ponerse de manifiesto. Todavía bastante dulce por haber estrenado hace menos de cinco meses, en otras palabras, Macri conservaría altas dosis de aceptación o expectativas favorables. No está igual que cuando asumió, le brotan los conflictos y las internas, ya perdió una batalla legislativa en el proyecto de ley contra los despidos. Pero está lejos de sufrir grave mella porque se mantiene el discurso de la pesada herencia, la necesidad de integrarse al mundo así fuere a costa de un acuerdo ominoso con los fondos buitre y ese show quizá inenarrable de mostrar la corrupción kirchnerista como si fuera el único tema nacional que vale la pena. Los medios adictos montan una cadena mucho más agotadora que las de Cristina para revelar las andanzas de Lázaro Báez, que al parecer son tan indefendibles como lo infame de hacer pasar por ahí el centro de todo análisis y observación políticos. Unas andanzas que tienen relación inversamente proporcional con el escándalo del Panamacri, ocultado hasta la ignominia por esos mismos medios. A esta altura, la nómina de funcionarios no comprometidos en piraterías offshore es más corta que enumerar a los macristas enchastrados sin que haya habido desmentidas oficiales mayores. Quedó incluido el propio Macri y su ex ministro de Hacienda en la Ciudad, Darío Grindetti, actual intendente de Lanús. No hay una línea al respecto en los órganos del periodismo independiente, genéricamente expresado.
Esa táctica antes que estrategia, la de saturar en todos sus medios con la mierda de corrupción habida hasta el 10 de diciembre, y que habría sido absoluta, es el gran refugio de quienes comunican. Porque eso sí lo saben comunicar, y está a cargo de la única comunicación que verdaderamente les importa: la cadena de prensa privada. Desprecian a los medios públicos, no les interesan y el macrismo, como confiesan sus escribas, hubiera preferido dinamitarlos porque no le encuentran sentido. Tiene razón. ¿Para qué necesitaría prensa estatal, si ya la tiene y de sobra con la que defiende sus intereses? Un debate interesante y renovado, ya que estamos: si los medios privados sólo escenifican al provecho de los sectores del privilegio, y si los públicos no debieran existir al ser –y gracias– una molestia para el fisco, ¿quiénes diablos se encargarían de representar a las otras voces, de excluidos, progres, opositores de diversa índole y así de corrido? ¿Se legitima el Estado ausente en el derecho a una comunicación pluralista, entonces? ¿Por qué no se animan a decirlo y chau, en vez de mentar criterios republicanos sobre igualdad de acceso informativo? Esa es una sección decisiva de la polémica sobre el uso de los medios, pero no la que interesa ahora, a fines de esta columna, porque se trata de lo mal que comunicaría el Gobierno y de qué podría notificar con eficiencia la perdida, aseguran los macristas para que “la gente” comprenda que detrás de perjudicar a las mayorías hay intención de favorecerlas. ¿Cuál receta duranbarbesca habría para que caigan fantásticas unas tasas de interés de casi el 40 por ciento anual, que permiten una bicicleta financiera anclada en los antecedentes de Martínez de Hoz y Cavallo, cambiando los dólares a pesos, ingresándolos golondrina, retirándolos cuando plazca y recomprando los dólares con un rendimiento en divisa dura insólito en el mundo entero? ¿De qué forma podría comunicarse más eficazmente que hace falta un ejército de desocupados de unos dos dígitos, para cercar la puja distributiva y acotar la inflación restringiendo el consumo? ¿Cómo se comunica la felicidad de unas universidades públicas que ya no tienen para pagar la luz, y un tarifazo que obliga a los comerciantes chicos e incluso medianos a pensar de qué van a vivir, y unos tamberos a los que se les incrementó en 20 por ciento el precio del maíz por el efecto devaluatorio? ¿Qué es lo que quieren o podrían comunicar mejor? ¿Que ya no fía ni el chino de la vuelta?
Como el futuro ése del próximo semestre es una cuestión masturbatoria de las consultoras que, para variar, cuentan lo bueno que será el derrame de la copa acaudalada, el viernes se registró otro síntoma de una disconformidad creciente. La manifestación fue impresionante y estrictamente gremial (lo cual es todo un dato, positivo), al revés de las también impactantes del 24 de marzo y del retorno de Cristina. La cerró Hugo Moyano con una perorata previsible, de inmensa tibieza por ser compasivos, en la que más se preocupó por aclarar que no era un acto contra el Gobierno sino a favor de los trabajadores, como si un aserto de esa naturaleza no fuese una contradicción en sus propios términos. Podría discutirse la autoridad moral de cada quien para chocar contra la derecha gobernante si es que hablamos del palco, con honrosas excepciones como la de Hugo Yasky. Ya pasó a segundo plano el reclamo por el impuesto a las ganancias que tributa una mínima parte de los trabajadores, porque entraron a discusión las fuentes laborales. Si es por eso, por el palco, hay una dirigencia sindical en retirada por razones generacionales y de aspiraciones diversas, como las de un Moyano más inquieto por la AFA que a efectos de la CGT. En ese sentido, lo del viernes fue asimilable a la burocracia conductiva del PJ. A una bolsa de gatos, de la que se excluyó Luis Barrionuevo porque estaba preparando el locro a compartir con Macri. Pero ésa no deja de ser una mirada fácil, obvia. La central es que, a menos de cinco meses de asumida la derecha por canales democráticos, hay reacción. De ser por cantidad de gente protestando en la calle, debiera habría que preguntarse cuánta juntaría Macri a su favor. Durante el acto y hasta después, los portales de medios oficialistas mostraban parrillas con chorizos, nuevos andariveles del caso Báez y estupor porque un juez prohibió toda actividad de baile con música, más la nueva avanzada judicial contra Milagro Sala. ¿Esa es la forma en que se comunica mejor? Semeja que están a la defensiva, y no van ni cinco meses. Las encuestas del macrismo revelan que la principal fuente de preocupación popular pasó a ser el miedo a perder el trabajo. Ya no la inseguridad que, como todo ciego puede ver, desapareció de las tapas y sumarios.
Se diría que las cosas empezaron a bullir porque la Argentina es una sociedad intensa. Puede bandearse a la derecha y allí están sus jueces, sus medios, su oligarquía diversificada, su nueva expresión aggiornada de tanques sin milicos, capaces de haber vendido imagen de honestidad. Y en la misma proporción, gente que no come vidrio. Lo que le falta es volver a tener el proyecto político y el liderazgo que la encauce. El viernes volvió a demostrar que las bases empujan para encontrarlo.
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