Por Eduardo Aliverti
Página|12
Algunos colegas hablaron ya de las vallas que cercaron la Plaza el miércoles pasado. Pero parece oportuno insistir con el tema como símbolo que excede a ese 25 de mayo extraordinariamente triste, policíaco, en ese espacio público nada menos, la Plaza, que es el termómetro popular más inmenso de la historia argentina. Parece oportuno por los otros vallados, sobre todo comunicacionales.
Para anticiparse tras los Panamá Papers, por aquello tan sencillo de la vaca y la quemadura con leche, Mauricio Macri declaró que tiene cuenta en las Bahamas. Una bicoca de millón y pico de dólares, si se la toma al tipo de cambio liberado por la revolución de la alegría, al margen de que justo en esas islas caribeñas están radicadas las firmas offshore Fleg Trading y Kagemusha, a través de las cuales Macri habría intentado ocultar patrimonio según lo revelado por la filtración de documentos del estudio de abogados panameño Mossack Fonseca. Es también más allá de que Macri tiene abierta una causa penal por las distancias entre lo que fue su declaración jurada como jefe de gobierno porteño y la que hizo como candidato a presidente. Hay una diferencia de casi 6 millones de dólares a valor divisa de 2014/2015 que, de acuerdo con lo explicado en Casa Rosada a grandes rasgos, se justifica porque lo que piden Ciudad y Nación para las declaraciones juradas no es lo mismo. El jefe de Estado presentó la suya ante la Secretaría de Ética, Transparencia y Lucha contra la Corrupción, que encabeza su aliada fanática Laura Alonso. Por la infinitesimal parte de una presentación contable como ésa, los medios oficialistas deberían hablar, tal cual lo hicieron con toda libertad durante la etapa kirchnerista, de una corruptela institucional y escandalosa. Lo primero porque involucra al Presidente, y lo segundo precisamente por eso. Pero hay el vallado.
Los datos de esa declaración que Macri juró ante su funcionaria desaparecieron en horas, porque el blanqueo impositivo para los grandes evasores y el pago de deudas judiciales a jubilados obraron de tapadera. Los aspectos técnicos de ambas medidas quedan en manos de especialistas, que cotizan mucho mejor que uno para esos menesteres. Pero no es muy difícil entender que, básicamente, el blanqueo responde a la necesidad de tener una plata fresca que la prometida lluvia de inversiones no arrimó. Y que la reparación a “los abuelos” se hará en lo sustantivo mediante dos recursos, además de lo que pueda provenir del dinero blanqueado. Uno es el Fondo de Garantía de Sustentabilidad que cuando el oficialismo era oposición tanto cuestionó, porque sostenía que se usaba la plata de los jubilados en movimientos financieros. El otro, si (les) es necesario, será liquidar las acciones de que el fisco dispone desde la estatización de las AFJP, cuando no quedó otra que hacerlo tras una de las estafas masivas más escalofriantes que se recuerden. Por esa vía, el Estado perderá todo control en los directorios de las grandes empresas y se cumplirá uno de los sueños del establishment. Era una de las exigencias de la dichosa Asociación Empresaria Argentina (AEA), que con nombres diferentes pero nunca distintos expresa, desde el derrocamiento de Perón, a los núcleos más concentrados del capital nativo y luego transnacional. De hecho, basta repasar de manera incompleta la lista de emporios en los que el Estado tiene participación como actuante del FGS. Banco Macro, Edenor, Siderar, Telecom, Grupo Financiero Galicia, Molinos, Camuzzi Gas Pampeano, Clarín, Metrovías, Metrogas, BBVA, Quickfood, IRSA, Cresud, Alto Palermo, Ledesma, Transportadora de Gas del Norte. De ese grueso, que es bastante más amplio, desaparecerá la fiscalización pública en sus asambleas de accionistas e, igualmente de hecho, comprarán las cuota-partes estatales entre ellos para que un día, de más cerca o más lejos, venga un nuevo Estado bobo a socializarles las pérdidas con el mecanismo que fuere. Esto último encuentra sentido si se entiende que la nuestra no es una derecha de miras largas, capaz de comprender que sin mercado interno activado no hay consumo, ni atracciones impositivas, que les reciclen y dinamicen el capital. Necesitan un modelo político capaz de muñequear la reacción de los ajustados y, si no resulta, acaba símil 2001 siempre habiendo conseguido espléndidas transferencias de ingresos a su favor, para después ver si salen hacia más derecha; o con una anomalía del tipo kirchnerista que conduzca los negocios con orientación redistributiva, pero sin afectarlos gravemente. Mientras tanto, el anuncio de reparar a los jubilados sirve como ofensiva comunicacional que contrarresta la imagen de un gobierno sólo para los ricos. Con algo de efectivo y luego en cómodas cuotas si se da el mejor de los casos, tendrá dudosa incidencia en el consumo general y en el de un sector ya saqueado por el aumento bestial en los medicamentos. Pero hay el vallado.
Las CGT de Moyano harán unas ollas populares, no se sabe cuándo ni tampoco importa, en rechazo al veto presidencial contra la ley antidespidos. El camionero lo anunció a la salida de una reunión con la gente de Caló y del maxiquiosco –Mario Wainfeld dixit– que conduce Luis Barrionuevo. Esa es toda la respuesta del pretendiente a dirigir la AFA contra la oleada de despidos y tarifazos de su protegido Macri, con quien negocia la división entre Superliga profesional de fútbol y torneos menores de ascenso. La parte del león que quiere Moyano es una liga diferente. Si es por la otra lo deja para las apetencias del también operador macrista Daniel Angelici, y de sus acompañantes que presiden clubes grandes y medianos. El ecosistema de las entidades deportivas más pequeñas y múltiples, esparcidas en todas las provincias y localidades, le sirve a Moyano para articular con sus punteros tribales, mercados de transporte terrestre, arreglos geográficos varios. Así como los camioneros pueden parar al país, el fútbol es el principal consumo cultural de los argentinos y Moyano no piensa quedarse fuera de todo lo que eso implica. Lo aspiracional de la otra liga es marchar hacia la conversión de los clubes en sociedades anónimas, bajo esa forma directa o en la excusable que sea, del mismo modo en que atrás de la venta de acciones estatales en las empresas se oculta el retorno al sistema previsional privado. Lo del cegetista es la conservación de un poder que siempre le sea satelital. Sus histerias con Macri son comidilla apta para la gilada, si se permite la incorrección política, porque no hay otra cosa que un tira y afloje de negocios en los que puede entrar en choque la tajada de cada quien, pero nunca la ideología. En eso son socios. Podrán tener contradicciones secundarias. No más, salvo que se pase a mayores en la conflictividad social y el oportunismo aconseje disfrazarse de combativo. El acto del 1 de mayo concluyó con el orador remarcando que la marcha no era contra Macri, y ahora resulta que la CGT protesta con ollas populares. Habrá sido por vergüenza ajena, ante tamaña afrenta a la historia de las verdaderas luchas sindicales, que Moyano resolvió usar una rueda informal de periodistas para embestir contra un colega, Gustavo Sylvestre, a quien acusó de chupamedias de Cristina en la parte más suave de sus declaraciones repudiables. Linda manera de esquivar su papel de mercachifle al servicio de la derecha gobernante, y con el cual rifó el rol aunque sea protestatario que le cupo durante el menemato. Vaya curva: cuando estaba el mandatario de los dueños se quejó, y cuando el país está gobernado por sus propios dueños se manda a guardar. Pero hay el vallado.
En “los mercados” comenzaron a quejarse porque la tasa para blanquear la plata es muy alta, dicen los operadores de la City. Esos operadores no son otros que los militantes de las mesas de dinero de los bancos, que son a su vez los que instrumentaron los mecanismos de la fuga de capitales, que son los que ahora se pretende regresar pero no repatriar porque la Patria es otra cosa. A muchos podrá disgustarles aquello de que es el otro, por razones anticristinistas, pero seguro que no es traer fondos para incrementar timba. Lo que empieza a demostrarse en y con el macrismo es la diferencia entre estar en los grandes negocios privados y comandarlos derecho viejo desde el poder político. Eso es lo que está notablemente interrogado en el libro Mundo PRO, de Alejandro Belloti, Gabriel Vommaro y Sergio Morresi. ¿Hasta qué punto sabrán conducir un país gentes que sólo supieron manejar empresas? ¿Qué ocurrirá cuando, como ya pasa, tropiecen con los apetitos de sus propios espejos? ¿Qué capacidad política tienen para arbitrar los diferentes intereses de puja distributiva entre el agro y los bancos, entre la ferocidad por amarrocar dólares y unas tasas de interés descomunales? ¿Cuánto saben de real politik para resolver las internas del bloque dominante? Son buenas preguntas, pero no circulan en los grandes medios porque hay el vallado. Mejor Lázaro Báez.
Como corolario del cerco y de la Plaza cercada, bajo vigilancia de las fuerzas que llaman de seguridad contra gente golpeando las rejas para permitirle a Macri un tránsito lento, despejado, hacia la homilía del arzobispo, queden unas líneas finales sobre los dichos del intendente macrista de Bahía Blanca, Héctor Gay. Dijo, el miércoles, que hay “enemigos importantes de adentro y de afuera”. Aludió a “grupos perfectamente organizados que no tienen patria ni bandera pero que sí quieren subvertir valores y adueñarse fundamentalmente de nuestros ideales y de nuestra juventud”. No son tiempos para tibios, remató.
Como dijo Eduardo Galeano, las únicas palabras que merecen existir son las mejores que el silencio. El macrismo no piensa lo mismo, para este punto, y uno de sus jefes municipales afirma lo que ya dijeron Camps, Saint Jean o cualquiera de los genocidas. Curiosamente y al revés que frente a las expresiones de Durán Barba en lo de Mirtha, los dichos del alcalde bahiense no generaron decir que el tipo no representa al pensamiento del Gobierno. Por algo será.
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