por Jorge Luis Ubertalli
Julio es un mes de victorias y derrotas.
Un mes de avances y retrocesos en la marcha de los pueblos hacia su liberación.
En la España de 1936, el fascista general Francisco Franco se rebelò contra la Repùblica el 18 de julio, y al dìa siguiente Madrid, Barcelona y otros bastiones libertarios se alzaron contra los traidores, dando comienzo a la guerra civil que durarìa tres años.
En Nicaragua, el 1 de julio de 1927, el general de Hombres Libres, Augusto Calderòn Sandino, alzado contra la ocupación norteamericana del paìs, lanzarìa al mundo su Proclama segoviana del Mineral de San Albino, donde exclamarìa: “ Soy nicaragüense y me siento orgulloso que por mis venas circule mas que cualquiera otra la sangre india americana, que por atavismo encierra el misterio de ser patriota leal y sincero”. (…) “Que soy plebeyo diràn los oligarcas, o sean las ocas del cenagal. No importa: mi mayor honra es surgir del seno de los oprimidos que son el alma y el nervio de la raza…Venid gleba de morfinómanos, venid a asesinarnos en nuestra propia tierra, que yo os espero a pie firme al frente de mis patriotas soldados sin importarme el número de vosotros; pero tened presente que cuando esto suceda, la destrucción de vuestra grandeza trepidará en el Capitolio de Washington, enrojeciendo con vuestra sangre la esfera blanca que corona vuestra White House, antro donde maquinais vustros crímenes”.
Cuatro años antes, y un 19 de julio, en Napalpì, Chaco argentino, donde se habìa erigido un campo de concentración que mantenìa reducidos a indígenas derrotados en la conquista militar del Chaco para ser explotados cuando conviniera como peones estacionales, se produjo un levantamiento que culminò con la represiòn y muerte de 200 paisanos.
Un mismo 19 de julio de 1979, el pueblo nicaragüense, guiado por el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), entraba en Managua para acabar con la dictadura de Anastasio Somoza Debayle e instaurar el Poder Popular.
Varios años antes, en 1953, un 26 de julio amanecía con la toma del Cuartel Moncada, de Cuba, por un grupo de patriotas acaudillados por Fidel Castro.
También un 26 de julio de 1952, pasaba a la inmortalidad nuestra querida Evita, “la Chola”, “la Negrita”, abanderada de los trabajadores argentinos, que no pudo llegar a concretar su sueño revolucionario de ver una patria de trabajadores, sin explotadores ni explotados.
Legitimados por el pueblo
Aquel 26 de julio de 1952 no hubo cantos de victoria ni albricias, todo fuè dolor.
Evita, símbolo de nuestras madres, se nos habìa ido. Poco antes de morir, con sus 33 años marchitos, habìa bramado en su ùltimo mensaje: “me rebelo indignada con todo el veneno de mi odio, o con todo el incendio de mi amor- no lo sè todavía- en contra del privilegio que constituyen todavía los altos cìrculos de las fuerzas armadas y clericales”.
Hija ilegìtima, como Sandino y Carlos Fonseca Amador, general de Hombres Libres y fundador del Frente Sandinista de Liberación Nacional respectivamente, Evita llevò el estigma de la marginaciòn y el desprecio de clase desde sus primeros años.
A los 9 años, Sandino narró que debió soportar, como hijo ilegítimo, que la familia constituída por su padre, Gregorio Sandino, cuando se reunía, lo enviara a comer en la cocina junto a su madre. El General de Hombres Libres, ya mozo, confesó a un periodista que a los 9 años debió compartir con su madre un frio calabozo, debido a que aquella debía dinero adelantado a finqueros del café, donde junto a su hijo se deslomaba en la recolección del fruto.
“El disgusto y el maltrato brutal produjeron a mi madre un aborto que le ocasionó una copiosa hemorragia, casi mortal. Y a mi solo me tocó atenderla ¡íngrimo! en aquella fria prisión antihigiénica del pueblo…”.
Carlos Fonseca, por su parte, hijo de la “sirvienta”, lavandera y planchadora Agustina Fonseca y del “tunante parrandero y veintiañero”, Fausto Amador, que había regresado de estudiar en los EE.UU., nunca, literalmente, tuvo padre.
El, que vendía dulces casa por casa, su madre y sus hermanos debieron arreglarse sólos y hasta juntar peso sobre peso para pagar el ataúd de su madre, fallecida en 1967, cuando ya había sido fundado el FSLN.
Evita, por su parte, era hija de la campesina e “hija de puesteros” María Ibarguren y del estanciero Juan Duarte. Al morir su padre, y siendo hija ilegítima al igual que sus hermanos, debió abandonar la estancia donde nació y mudarse con su familia a Los Toldos, donde “corrió la liebre”.
Apenas, por la mediación de un tio, pudo visitar la última morada de su padre, por cuanto su esposa legal quería impedir que los Ibarguren lo hicieran. “… he hallado en mi corazón un sentimiento fundamental que domina desde allí, en forma total, mi espíritu y mi vida: ese sentimiento es mi indignación frente a la injusticia.
Desde que yo me acuerdo, cada injusticia me hace doler el alma como si se me clavase algo en ella. De cada edad guardo el recuerdo de alguna injusticia que me sublevó, desgarrándome íntimamente”, escribiría en “La Razón de Mi Vida”.
Sandino, igualmente, al recordar la prisión junto a su madre, expresaría al periodista del que se habló anteriormente: “los lamentos y el estado mortal de mi madre rebasaron mi indignación y aunque era un niño de 9 años, ya dormida mi madre, insomne me acosté a su lado en aquel suelo sanguinoliento y pensé en mil atrocidades y venganzas feroces…”.
Fonseca, por su parte, escribiría a su padre, Fausto Amador, en 1960, “la vida de mi mamá es toda una tristeza, una tragedia contínua”. Solicitándole la ayuda que nunca llegó, suplicaría: “ Ella, la pobrecita, a esta altura de su vida, no ha gozado lo que significa vivir en un cuarto independiente. Todo el tiempo ha sido una esclava en las cocinas donde la ha tocado trabajar y que han servido también de hogar para mí”.
Rebeldes ante la injusticia propia y la ajena, Evita, Sandino y Carlos Fonseca proyectaron en la revolución y la rebeldía de los pobres frente a los poderosos sus propias vidas, ultrajadas por la “ilegitimidad”, la marginación, la humillación y la opresión.
Sin embargo, los pueblos a los que pertenecieron cada uno de ellos, argentino el de Evita, nicaragüense el de Augusto C. Sandino y Carlos Fonseca A., los tomaron como sus progenitores y guías. Identificados con sus vidas y padecimientos, los desarrapados, desheredados y explotados los siguieron y amaron, porque los consideraban ellos mismos. Los ilegítimos fueron legitimados por sus pares, sus hermanos, sus compañeros de clase, los trabajadores y campesinos.
Nacimientos, muertes y resurrecciones
Sandino nació en 1895, tenía 39 años cuando fue asesinado. Carlos Fonseca, nacido en 1936, ya había cumplido 40 años al momento de su caída en combate. Evita, que había visto la luz en 1922, contaba 33 años cuando un cáncer que podía haber sido evitado se la llevó de nuestro lado. Jóvenes y rebeldes, los tres ilegítimos se granjearon el odio de los poderosos y explotadores: el “viva el cáncer” de los parásitos argentinos, el “bandido Sandino, calvario de las Segovias” de los corruptos y amanuenses vinculados con el clan Somoza y el brindis y la gritería de los Guardias ante la muerte de Carlos, tal como lo testimoniaron prisioneros que sobrevivieron a la tiranía, fueron los esputos venenosos lanzados por los que vieron en estos tres grandes personajes de la historia de indoaméricalatina a sus más acérrimos enemigos.
Aquel 26 de julio de 1952 los populares, nosotros y los nuestros, que eran muchos, lloramos de tristeza y nos sentimos huérfanos, como lo fueron Carlos y Augusto Nicolás en relación con sus padres. Nuestras madres se habían marchado sin remedio. Solo sus pesares transcurridos, el odio que engendraron y la abierta o callada rebeldía frente a los aciagos pantanos de la pobreza, nos alimentaron las ganas de cambiarlo todo.
Legítimos y revolucionarios, revolucionarios legítimos, unos mas leídos que otros, otros mas expresivos que los demás, todos hijos del pueblo y de la clase de los explotados, son y serán la guía de dos pueblos que se han levantado, se levantan y se levantarán hasta lograr su redención nacional y social, corran los tiempos que corran y pase lo que pase. Aunque los efluentes hoy parezcan encharcar las cristalinas aguas de la revolución y de una sociedad sin clases, tarde o temprano la roña desaparecerá ante la limpia y dura escoba de los pueblos. Allí estarán los ilegítimos, junto a millones de ilegítimos asumidos, para andar junto a todos el mismo camino.
“Solo los obreros y campesinos irán hasta el fín”, decía Sandino. “La reivindicación socialista y la emancipación nacional se conjugan en la Revolución Popular Sandinista. Nos identificamos con el socialismo, sin carecer de un enfoque crítico ante las experiencias socialistas”, escribía Fonseca en 1969.
“Yo se que ustedes recogerán mi nombre, y lo llevarán como bandera a la victoria” nos decía Evita ya casi desfalleciente ante su enfermedad.
Las mismas palabras, expresadas de distinta forma y por distintas gargantas. De ellas extraemos el canto del futuro.
Recuerdos y algo mas
Aquel 26 de julio, a las 20.25, se marchó Evita. Habíamos orado por ella en nuestras casas y barrios, donde se levantaban altares populares, con velas encendidas y plegarias circulares. Hombres, mujeres, niños y viejos nos hermanamos ante el dolor de perder a nuestra Abanderada. Cuando se marchó, largas colas se apiñaron, debajo de la lluvia y durante varios días, para darle el adiós que no era tal, porque volvería, como dijo, por nosotros. Aquellos privilegiados de ese momento, en nuestra juventud nos hicimos adultos de golpe. Perdimos a muchísimos de los nuestros bajo las mismas garras de los que auspiciaron, permitieron y suspiraron por la muerte de Evita, con un “al fin, se acabó”. Pero ha vuelto a nacer, una vez y otra vez, ilegítima y rebelde como siempre, en las patriadas populares.
Julio, entonces, es un mes de partidas pero también de regresos. La mitad más uno del año, oscuro y frio en nuestras latitudes, nos embriaga sin embargo del calor que irradian los acontecimientos mas victoriosos de los pueblos del mundo.
De ellos nos nutrimos y con ellos soñamos para construir un hombre y mujer nuevos, hermanos en el trabajo y la alegría, y en la defensa de la libertad y la justicia.