Por Ricardo Forster
“En el régimen neoliberal de la autoexplotación uno dirige la agresión hacia sí mismo. Esta autoagresividad no convierte al explotado en revolucionario, sino en depresivo”.
“Hoy el poder adquiere cada vez más una forma permisiva. En su permisividad, incluso en su amabilidad, depone su negatividad y se ofrece como libertad”.
“La psicopolítica neoliberal está dominada por la positividad. En lugar de operar con amenazas, opera con estímulos positivos. No emplea la ‘medicina amarga’, sino el me gusta.
Lisonjea el alma en lugar de sacudirla y paralizarla mediante shocks. La seduce en lugar de oponerse a ella. Le toma la delantera.
Con mucha atención toma nota de los anhelos, las necesidades y los deseos (…) La psicopolítica neoliberal es una política inteligente que busca agradar en lugar de someter.”
Byung-Chul Han, Psicopolítica.
Hace unos años, cuando todavía no se había desatado la crisis de las hipotecas, la signada por la estrepitosa caída de Lehman Brothers y que, desde el año 2008, sigue marcando duramente la travesía del capitalismo ultraliberal, en un notable libro de dos sociólogos franceses, Luc Boltanski y Ève Chiapello (El nuevo espíritu del capitalismo), podíamos leer, entre incrédulos y fascinados, las profundas transformaciones que se habían operado en el funcionamiento de la sociedad y de sus entramados económicos a partir de los años ’80 y, sobre todo, desde la última década del siglo pasado.
Boltanski y Chiapello se detenían, principalmente, a analizar y desmenuzar los cambios en el interior del mundo de las empresas, aguzaban su indagación para descifrar los procesos cultural-simbólicos que llevaron a dejar atrás los paradigmas fordistas en los que habían sido formados y formateados los cuadros gerenciales para poner en evidencia la profunda metamorfosis que viene signando la realidad empresarial desde las últimas tres décadas y que ha irradiado sobre los otros estratos de la sociedad.
Lejos de los paradigmas contra los que se rebelaron los jóvenes de las décadas de 1960 y 1970, paradigmas sostenidos en el interior de la etapa productivista del capitalismo, allí incluso donde, en especial en los años que se abrieron a partir de la segunda posguerra, se expandió el Estado de Bienestar, lo que domina la escena de los últimos casi 40 años es la emergencia de un capitalismo de lo flexible asociado al impacto de la financiarización extrema de las relaciones económicas.
Combinando una rigurosa investigación de esta etapa hegemonizada por la financiarización del capital y hundiendo su bisturí crítico en los fundamentos ideológicos del neoliberalismo, los autores van mostrando de qué modo el discurso y la práctica del “nuevo espíritu” del capitalismo se fueron apropiando de las experiencias y las propuestas contraculturales desplegadas en los años sesenta cuando la búsqueda de un nuevo paradigma de libertad individual y de una violenta crítica a las formas autoritarias y jerárquicas de la sociedad burguesa dominaron la sensibilidad y las acciones de la generación de Mayo del ’68.
En todo caso, se afanan por comprender el paso de un capitalismo centrado en la producción y organizado a partir de estructuras verticales y jerárquicas a un capitalismo “de seducción” orientado hacia los placeres y el llamado al goce permanente capaz de introducir en la vida cotidiana la ficción de la diversidad, la libertad sin límites y la transgresión normativizada.
Sus inquietudes están dirigidas a interrogar por la construcción de nuevas alternativas que logren sustraerse a esas formas de seducción que le ha permitido a la economía global de mercado imponer en casi todas las latitudes sus estructuras de dominación.
Desafío de quienes siguen reivindicando ideales emancipatorios en la época en la que la lógica represiva y autoritaria del capitalismo ha mutado hacia prácticas capaces de enmascarar la actualidad de la desigualdad y la injusticia que, lejos de disminuir, se han multiplicado y acelerado a nivel planetario. “El capitalismo artístico –escribieron Gilles Lipovetsky y Jean Serroy– no hace pasar del mundo del horror al de la belleza radiante y poética”.
En nuestra geografía sureña eso lo podemos comprobar al experimentar la diferencia que existe entre la publicidad de una “revolución de la alegría” propuesta por Cambiemos y la despiadada implementación de un programa de transferencia de recursos desde los sectores populares y asalariados a las grandes corporaciones financieras, a los dueños de la soja y a las empresas multinacionales.
En todo caso, entre la ficción propagandística y la realidad de un aceleramiento de la desigualdad se ha colado una nueva y pujante maquinaria de producción intensiva de subjetividades sujetadas al engranaje del consumo infinito que encuentra su otro rostro en las nuevas formas de exclusión.
Veamos lo que destacan Boltanski y Chiapello: “No es difícil reconocer aquí (los autores están reflexionando sobre los cambios en la formación de los cuadros empresariales en los años ’90) el eco de las denuncias antijerárquicas y de las aspiraciones de autonomía que se expresaron con fuerza a finales de la década de 1960 y durante la de 1970.
De hecho, esta filiación es reivindicada por algunos de los consultores que, en la década de 1980, han contribuido a la puesta en marcha de los dispositivos de la nueva gestión empresarial y que, provenientes del izquierdismo y, sobre todo, del movimiento autogestionario, subrayan la continuidad, tras el giro político de 1983, entre su compromiso de juventud y las actividades que han llevado a cabo en las empresas, donde han tratado de hacer las condiciones de trabajo más atractivas, mejorar la productividad, desarrollar la calidad y aumentar los beneficios.
Así, por ejemplo, las cualidades que en este nuevo espíritu son garantes del éxito –la autonomía, la espontaneidad, la movilidad, la capacidad rizomática, la pluricompetencia (en oposición a la rígida especialización de la antigua división del trabajo), la convivencialidad, la apertura a los otros y a las novedades, la disponibilidad, la creatividad, la intuición visionaria, la sensibilidad ante las diferencias, la capacidad de escucha con respecto a lo vivido y la aceptación de experiencias múltiples, la atracción por lo informal y la búsqueda de contactos interpersonales– están sacadas directamente del repertorio de mayo de 1968.
Sin embargo, estos temas, que en los textos del movimiento de mayo de 1968 iban acompañados de una crítica del capitalismo (y, en particular, de una crítica de la explotación) y de su anuncio de un fin inminente, en la literatura de la nueva gestión empresarial se encuentran de algún modo autonomizados, constituidos como objetivos que valen por sí mismos y puestos al servicio de las fuerzas que antes trataban de destruir.
La crítica de la división del trabajo, de la jerarquía y de la vigilancia, es decir, de la forma en la que el capitalismo industrial aliena la libertad es, de este modo, separada de la crítica de la alienación mercantil, de la opresión de las fuerzas impersonales del mercado que, sin embargo, era algo que la acompañaba casi siempre en los escritos contestatarios de la década de 1970”.
Lo interesante de este análisis es, precisamente, que nos muestra de qué modo el sistema logró apropiarse de las críticas más radicales, en especial de aquellas que hacían hincapié en las formas autoritarias y jerárquicas que dominaban la esfera de la producción y del mundo económico, para, generando una metamorfosis sorprendente, ponerlas al servicio de la reconfiguración del propio capitalismo.
Resulta imposible explicar la expansión cultural (y ya no sólo estructural-financiera) del neoliberalismo sin establecer estas genealogías y estos vínculos que, a simple vista, parecerían ser visceralmente contradictorios.
¿Cómo es posible que los movimientos contestatarios y anticapitalistas de los ’60 y los ’70 se hayan convertido en la materia prima para la refundación todavía más salvaje de la dominación burguesa sobre el conjunto de la sociedad? Seguramente es posible encontrar la respuesta en el meticuloso estudio que los autores realizan de la erosión que el nuevo individualismo libertario y hedónico generó en el interior de la vida de la sociedad de finales del siglo pasado y, sobre todo, de la “genial” apropiación que la nueva cultura empresarial fue capaz de hacer de las energías contestatarias que marcaron a una generación e hicieron inviable la persistencia de un modelo autoritario de organización de la sociedad (aunque también se llevó puesta, esta labor erosionante, el entramado comunitario para potenciar el hiperindividualismo).
Pero lo fundamental fue la sagacidad con la que rápidamente comprendieron la fluidez que surgía entre las nuevas necesidades del capitalismo neoliberal y la ruptura de los límites, de las jerarquías y de las tradicionales y anquilosadas formas de organización del trabajo que estaban en la base de la crítica de los jóvenes rebeldes de los ’60 y ’70.
Del mismo modo que, utilizando los cuantiosos recursos de los medios de comunicación y de la industria de la cultura, se desplegó un proceso de producción de subjetividad asociada a los valores emergentes de la nueva praxis individualista.
Del espíritu anticapitalista extrajeron aquellas características que se correspondían con las exigencias de la época de la fluidificación económica, de la imprescindible apertura de las fronteras mercantiles y de la radical financiarización del sistema económico que apostaba a lo flexible frente a lo sólido, a lo fugaz frente a lo permanente, a lo descentrado frente a lo orgánico, a lo horizontal frente a lo jerárquico.
Bajo la impronta de un nuevo concepto de “libertad” (en gran medida extraído de la crítica de la generación del 68, lo que otros autores han llamado la “crítica artística del capitalismo”), el neoliberalismo fue modificando de cuajo las formas cultural-simbólicas y se preparó para producir una profunda mutación en la subjetividad.
Difícil, por no decir imposible, desentrañar la emergencia de la “nueva derecha” (entre nosotros del macrismo) sin dilucidar las características centrales de esta etapa del capitalismo global.
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