Eduardo Ibarra Aguirre
Se abrió de capa el Departamento de Estado sobre la verdadera postura de Washington frente al golpe de Estado cometido en Honduras, el 28 de junio, con la carta que envió Richard Verma, secretario adjunto para asuntos legislativos, al senador republicano Richard Lugar.
Salvo desmentido de
1. “Nuestra política y estrategia de compromiso no está basada en el apoyo a algún político o individuo en lo particular”. Esto es: les da lo mismo un presidente producto de la legitimidad que dan las urnas, que otro que se encarama en el poder con el apoyo del Ejército, pésimamente encubierto por el Congreso y
2. “Hemos rechazado los llamamientos para aplicar sanciones económicas agobiantes y hemos dejado en claro que todos los Estados deberían facilitar una solución sin llamar a la violencia y con respeto al principio de la no intervención”. ¡El burro hablando de orejas!
La carta fechada el martes 4 y obtenida por Reuters al día siguiente, plantea en un confuso párrafo lo que la agencia inglesa no dudó en interpretar como que el gobierno de Barack Hussein Obama “no ha tomado una decisión definitiva sobre si la salida de Zelaya del poder constituyó un golpe de Estado”.
Quedan demasiado claros los porqués de lo que José Manuel Zelaya Rosales denomina la tibieza del mandatario de Estados Unidos frente a los golpistas, de la cual el presidente legítimo --de Honduras, por supuesto-- se queja cada vez con mayor fuerza y que atribuye a una pugna entre los intransigentes y poderosos halcones y un débil reformador que despacha en la oficina oval.
Si tales pugnas existen o no, pareciera no ser la cuestión central, sino cómo las piensan utilizar a su favor, sin subordinarse a ellas, el gobierno depuesto y la resistencia civil pacífica, con el apoyo más decidido aún de los gobiernos aliados, las instituciones regionales y los movimientos populares en los cinco continentes, para romper el impasse en que se encuentra el conflicto, involucrar más al Grupo de Río y otros actores, como se hizo con el gobierno y el Congreso mexicanos, con todo y las limitaciones que llevaron al primero a expresar su “apoyo total” al plan de Óscar Arias Sánchez.
Pareciera evidente que “en un suspiro” caería el gobierno de Pinochetti si el hombre que generó excesivas esperanzas de cambios, Barack Hussein, asumiera una actitud más firme contra el primero. Pero es pedirle peras al olmo, como queda claro en la carta que fija la política de EUA hacia los golpistas, a los que se busca poner a buen resguardo con una amnistía y un gobierno de unidad nacional, con el visto bueno de las 10 familias propietarias de Honduras, en las frustradas negociaciones de San José de Costa Rica.
Con las cartas puestas sobre la mesa, se observa poco serio poner fecha de retorno a Tegucigalpa para el gobierno depuesto, como lo hizo Zelaya Rosales --“esto no pasa de un par de semanas--, porque de tanto anunciarlo, el efecto se antoja negativo para un pueblo y un movimiento de resistencia que tienen en sus manos las decisiones finales.
Otras decisiones que parecieran finales, además de darle espacio de maniobra al gobierno espurio, está tomando el imperio –vestido de seda pero mono se queda-- con el objetivo de instalar siete bases militares en Colombia y estimular, así, la carretera armamentista en América del Sur, acentuando las soluciones militares por encima de las políticas, y demeritando a las urnas como el camino más idóneo para que los pueblos de Latinoamérica opten.
Acuse de recibo
Para el periodista yucateco, radicado en Mérida, Marcos Antonio Heredia Pérez “El ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas hace algún tiempo que se practicó el haraquiri. No veo por ninguna parte que sea líder moral de nada. O no entiende o es un oportunista ramplón. Dejémoslo en paz. Desde 1988 demostró que sólo era el hijo del general Lázaro Cárdenas del Río. Nada más. Pero los hombres son hijos de sus obras no de sus padres”… A la empresaria María Elena Bouchez Noyé le pareció “buenísimo tu artículo” La misma fórmula (5-VIII-09)… Pregunta el caricaturista Juan Amael Vizzuett Olvera: “¿Por qué los noticieros mexicanos y los diarios inscritos en la insigne Sociedad Interamericana de Prensa, le dedican tanto tiempo y tanto espacio a denunciar los presuntos ataques del presidente Hugo Chávez contra las radiodifusoras privadas, pero nunca mencionan ni por error las acciones de nuestras intachables autoridades contra las radios comunitarias? ¿No son los concesionarios, editores, corresponsales, analistas, conductores y locutores unos convencidos demócratas químicamente puros? A lo mejor aquí se atienen a la opinión del malvado Volpone, el enemigo de Roc Sifredi en la película Borsalino y compañía (1974), de Jacques Deray: ‘¡Las leyes son para los pobres!’. ¡Qué mundo éste!”
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