La memoria es una construcción social que necesita de insumos precisos (hechos, datos, testimonios, fechas, escritos) que requieren su correspondiente interpretación. Pero, como se sabe, esa interpretación variará de acuerdo con los intereses de los actores que asuman la tarea de analizarlos.
En el marco de la multiplicidad de miradas, distintos sectores sociales intentan preservar su propia memoria y en muchos casos es prácticamente imposible hallar puntos de unión que concuerden en la significación de un suceso.
Es entendible y legítimo que las madres de desaparecidos instalen a sus hijos en el sitial donde la heroicidad y la nobleza de ideales sean sus virtudes y desaparezca por completo todo lo que enturbie su recuerdo. Lo mismo ocurre con los hijos de la víctimas de la represión: la sublimación de sus padres asesinados por la dictadura militar es inevitable y probablemente necesaria. No hace falta decir que en el extremo del cinismo los personajes involucrados en la represión ilegal han construido un sentido supremo a su acción que justifica cualquier atrocidad. En el espejo en que se miran ven a nobles cristianos que impidieron el mal absoluto del comunismo.
La memoria se convierte, así, en un instrumento que en la construcción histórica puede llegar a justificar el terrorismo de Estado, las prácticas políticas ilegales o cualquier otra actividad humana. En buena parte de los casos se intenta ganar la adhesión social a la propia memoria sectorial.
¿Cómo, entonces, se indaga en el pasado para reconstruir la historia y quiénes son los deben hacerlo? La única respuesta verosímil es que debe ser la sociedad desde sus múltiples expresiones la que asuma la tarea. Investigadores, organismos de derechos humanos, universidades, intelectuales y todos aquellos preocupados por sondear en la historia son los encargados de realizarlo.
Pero sólo podrán hacerlo si existe un Estado que incentive esa búsqueda y que no retacee esfuerzos. El Estado debe estimular espacios para rever, discutir y legitimar esa tarea que finalmente deberá contribuir a formar una conciencia colectiva. La creación de la Conadep, el Juicio a las Juntas, la fundación del Museo de la Memoria en la ESMA y la anulación de las leyes de Punto Final y Obediencia Debida son probablemente los ejemplos más elocuentes de una participación estatal que incide favorablemente en la reconstrucción de la historia.
Hoy la mayoría de la sociedad –aún aquellos que con su silencio alentaron a los represores- saben que los militares cometieron atrocidades y han incorporado a su bagaje cultural valores que antes desdeñaban...
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