Con las elecciones de 2011 como gran polo ordenador de los posicionamientos políticos cotidianos, la reforma política comienza a cobrar inusitada importancia en el caso del peronismo -sospechamos que pronto pasará lo mismo con las fuerzas de centro izquierda-.
Ante el dilema planteado por la reforma política, sólo Eduardo Duhalde se había pronunciado a favor de competir por adentro de las estructuras internas del justicialismo, siempre y cuando se diesen ciertas condiciones adecuadas a tal efecto. Sin embargo, con el paso de los días, ese tono se fue diluyendo, y la semana pasada comenzaron a surgir las dudas.
En primer lugar, debe anotarse que los pasos necesarios, que incluyen la reforma de la Carta Orgánica y el reconocimiento de los que se quedaron afuera en las últimas internas, no aparecían en el horizonte. De este modo, el peronismo federal o disidente tenía frente a sí la escasamente atractiva posibilidad de competir con Néstor Kirchner sin poder modificar el plano de alianzas ni retener algún contralor de las propias internas.
El repunte del gobierno en las encuestas también debe haber tenido su impacto. Puntualmente, en estos días se conocieron varios punteos que muestran a Kirchner como el candidato con mayor intención de voto en una eventual primera vuelta -la segunda sigue pareciéndose al juego de “todos menos uno”-.
Aparece, entonces, otro problema: concurrir a las internas con la certeza de perderlas era un flaco negocio para quienes buscan heredar al gobierno dentro de su propia tradición política, especialmente por el hecho de que la participación compromete, hasta cierto punto, a determinada organicidad una vez conocidos los resultados. ¿Quién va a una interna para luego comprometerse a votar y acompañar a aquellos que ha tildado de enemigos del partido?
Tal vez por eso, Felipe Solá fue uno de los primeros en distanciarse de la idea de concurrir a una interna unificada -ratificando, por cierto, una idea que expusimos algunas veces en este espacio, y que se resume en la dificultad inherente del peronismo para volver a recrear un determinado nivel de unidad compatible con su continuidad en tanto constelación política definida.
La intención de Solá de construir un polo externo al justicialismo estaba, por así decir, en el aire con cierta anterioridad. Su objetivo, reunir a la mayor cantidad de disidentes en torno a una diferenciación neta y absoluta del kirchnerismo, es consistente con los requisitos postulados por la reforma política. Pero no es menos sugestivo que la oposición parlamentaria, que tanto protestó frente a la misma, no se decida a archivarla, diferirla o modificarla: evidentemente, hay sectores que, pese a todo, acuerdan en su utilidad.
Volviendo a Solá, el gran riesgo de la jugada reside, por supuesto, en quedarse con pocos jugadores, algo que el ex gobernador sabe perfectamente. Si, como Das Neves, el grueso de los dirigentes decide enfrentar a Kirchner por adentro de las estructuras -algo a lo que apunta, algo tardíamente, el último paquete de medidas anunciado por Jorge Landau-, es él quien se queda afuera de la competencia.
La viabilidad de la propuesta depende, entonces, del mayor o menor asidero que pueda tener en sus pares federales: los Rodríguez Saá, Romero, Busti, Reutemann y el propio Duhalde, por mencionar los casos más conocidos. Depende, también, de ese jarrón chino llamado Francisco De Narváez.
Notablemente, la discusión deja afuera del tablero una vez más a Mauricio Macri, a cuya figura sus ex socios del 28 de junio no quieren quedar pegados. Nadie parece dispuesto a cerrar un acuerdo electoral con PRO, lo cual es desde luego malo para los disidentes, pero no augura mejores horizontes para el propio macrismo, que carece de un armado nacional y provincial y viene cayendo en todas las encuestas del área metropolitana.
La agenda política viene cargada de iniciativas de envergadura, como es el caso de la anhelada reforma a la ley de entidades financieras y el matrimonio entre personas del mismo sexo. Pocas, sin embargo, pondrán a prueba las capacidades consensuales del peronismo. El mayor desafío de todos sigue siendo, naturalmente, el postergado debate por la coparticipación, que, bien encarado, podría traer nuevos jugadores a la mesa.
Como señala Artemio López, el gran desafío que tiene hoy por hoy el gobierno, en el plazo inmediato, reside en no caer en el que ha sido su propio juego político, y volver a la gestión, afincarse en ella, mantenerla en el tope de las miradas ciudadanas. Más política social, más inversión educativa, más infraestructura, y sobre todo, más fuerza propia. A todo lo demás hay que bajarle, como mínimo, un cambio.
Blog del autor: http://ezequielmeler.wordpress.com/
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