Por Nuria Barbosa León, periodista de Radio Progreso y Radio Habana Cuba
¡Es Silvia Suppo! Fue la expresión de asombro al ver la foto publicada en Internet e inmediatamente nos viene otra de rechazo para quienes la castigaron ¡Hijos de puta!.
De ella, se conoció que es la vendedora de talabartería en la localidad de Rafaela, de la ciudad de Santa Fe, Argentina, y su pasión por sancionar a Víctor Brusa, hizo leyenda en todos los latinoamericanos con fe en la Revolución.
La vida de Silvia, comenzó a ser una tragedia aquel 25 de enero de 1977. Ella y su novio, Reinaldo Hammeter, fueron secuestrados en la Catedral de su ciudad, por sicarios armados cuando en la América del Sur estaba prohibido todo lo que se aproximara a socialismo o comunismo.
También bastaba que fuera hermano, familiar o amigo, de alguien que guardaba en su armario un libro “comprometedor”, o hubiese protegido a algún perseguido o conocía quien lo hizo. Y ese, quizás, pudo ser el motivo para apresar, sin delito, a su hermano Hugo.
El pretexto para un secuestro y desaparición ilegal se inventaba. Hubo empresarios desaparecidos que no tenían nada de revolucionarios, pero con cualquier coartada les expropiaron propiedades, quizás porque algún pariente sí había adoptado el camino del cambio.
La historia de Silvia se hizo pública cuando las presiones de las organizaciones no pudieron ser calladas y los católicos intervinieron ante los militares. Ella denunció que fue torturada, violada y obligada a abortar para silenciar la prueba fehaciente de quien fue su abusador.
De su novio, ni rastro y de su hermano Hugo, al cabo de muchos años se comentó que pudo asilarse en Brasil. Su historia partió de la fuga del hospital cuando se recuperaba del paro cardiaco producido por el dolor de las torturas.
A Silvia se le vio realizando acciones de Justicia en la comunidad de Rafaela, y logró que en diciembre del 2009 se condenara al juez Víctor Brusa y su camarilla, personas que justifican sus actos con total tranquilidad y se sienten amparados a pesar de los llamados de alertas de las Organizaciones de Derechos Humanos.
Brusa presenció sesiones de maltratos, tomó declaraciones en centros clandestinos de detención (Comisaría 4ª de Santa Fe y en la Guardia de Infantería Reforzada) y obligó a los detenidos-desaparecidos a firmar testimonios obtenidos en la tortura, amenazándolos en que si no firmaban serían maltratados de nuevo. Según lo denuncian 18 ex-detenidos.
Silvia hizo oído sordo a las amenazas telefónicas y a la presión sicológica para detenerla en su empeño de justicia. Tampoco se amedrentó cuando se conoció de la muerte del albañil Julio López, otro testigo presencial que compareció en juicio.
Parece que en el sur del continente americano cayó una maldición de muerte para todos aquellos que desean justicia para su prójimo.
Silvia se convirtió en héroe anónimo y ellos transgreden el espacio y el tiempo para ser símbolos y enaltecer multitudes.
Su foto en Internet, me hace imaginar el pánico de la mano criminal, ese temblor que hiela hasta los huesos cuando una mirada se clava en las entrañas.
Silvia hincó sus ojos en su asesino, y este clavó doce puñaladas. Cuchilladas insuficientes para cerrar los párpados. Así murió Silvia, con los ojos bien abiertos y la mirada acusadora.
Nuestra pupila se mantendrá insomne hasta tanto los argentinos logren una acusación por parte de la ONU y de la Unión Europea. Esos que condenan a Cuba sin razón y buscan pretextos para una campaña mediática.
Basta ya, de aceptar el silencio o el rechazo por parte de paladines hegemónicos de la libertad. En este mundo vivimos todos, y los crímenes deben ser sancionados porque criminal es quien lo comete o el que calla.
Morbo.
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