Por Orlando Barone
No están “indignados” con Fito Páez: están indignados con el voto que a él no le da asco. Con el voto que no votó a Mauricio Macri. El de los votantes en minoría, con los que se reconoce Fito Páez, y que no votaron lo mismo que votó la mayoría.
Hacen transferencia en patota contra un indignado solitario; y en patota le atribuyen resumir el estado de ánimo del Frente para la Victoria. Igual que ayer, cuando crispados por el modelo que los desmodelaba, le transferían al modelador satisfecho del modelo, la crispación que sentían. Y no hay caso: se crispan y se indignan; y vaya a saberse mañana si se enfurecerán, encolerizarán, hidrofobizarán. O ultra crisparán. Sobran, entre ellos, virtuosos del lenguaje mediático capaces de instalar otros términos. Y por más que en sus vaivenes se entrenen en mensajes compasivos y de autoayuda para transferir la indignación a los otros, la indignación los desnuda porque no se la aguantan. Los desborda y atosiga.
Están indignados por transferencia. Indignados con todo lo que ellos intuyen amplía y abarca esa sublevación anímica de Fito Páez publicada en el diario Página 12. Sublevación de artista, tan breve que se lee en dos minutos. Y que es liliputense, comparada a tantos frondosos editoriales cargados sombríamente; como sombríamente se propagan las inmensas y diarias indignaciones de los grandes medios, de los periodistas de esos medios, de los políticos auspiciados o considerados por esos medios y de los socios de los negocios de esos medios. Y de los que simulan creer que sin esos medios se termina la democracia en lugar de reconocer que, contrariamente, la democracia se democratizaría. Y también de receptores que al votar, no saben si votan a favor de sí mismos o a favor de los medios.
Y no se trata solamente de esa “mitad” de porteños indignados; o del 60 %, o de la ciudad entera, incluyendo las ratas subterráneas. Se trata de la indignación de quienes aún sostenidos por los resultados de la primera vuelta en vez de gozar del momento de triunfo sienten la insatisfacción de saber que nada más se les ha dado una porción del todo. Sólo un mordisco. Y que el todo les sigue siendo todavía inalcanzable. Que la patria es más extensa y más poblada, y que el color amarillo en la extensión se esfuma y descolora. Y que los globos llenos de aire no resisten traslaciones geográficas ni atmosféricas sin que se vayan desinflando o reventando. Así que estos son los días de esos porteños y no porteños indignados con el Fito indignado. Pero más los indigna que el Gobierno no se indigne: que gobierne. Que inaugure Tecnópolis, una ciudad científica. Y que haya logrado que miremos hacia Europa como ex náufragos ahora en tierra firme, mirando protegidos y con piedad a tantos inesperados náufragos de Europa.
El psicoanálisis sabe de transferencias entre el terapeuta y el paciente. Cuando el paciente de pronto sacudido por una sesión honda le transfiere su amor o su odio.
Los grandes medios y sus grandes periodistas, tan transferidos por culpa de Fito Páez, en lugar de atragantarse de indignación podrían, una vez, no ya sentir amor sino dignificarse.
Hacen transferencia en patota contra un indignado solitario; y en patota le atribuyen resumir el estado de ánimo del Frente para la Victoria. Igual que ayer, cuando crispados por el modelo que los desmodelaba, le transferían al modelador satisfecho del modelo, la crispación que sentían. Y no hay caso: se crispan y se indignan; y vaya a saberse mañana si se enfurecerán, encolerizarán, hidrofobizarán. O ultra crisparán. Sobran, entre ellos, virtuosos del lenguaje mediático capaces de instalar otros términos. Y por más que en sus vaivenes se entrenen en mensajes compasivos y de autoayuda para transferir la indignación a los otros, la indignación los desnuda porque no se la aguantan. Los desborda y atosiga.
Están indignados por transferencia. Indignados con todo lo que ellos intuyen amplía y abarca esa sublevación anímica de Fito Páez publicada en el diario Página 12. Sublevación de artista, tan breve que se lee en dos minutos. Y que es liliputense, comparada a tantos frondosos editoriales cargados sombríamente; como sombríamente se propagan las inmensas y diarias indignaciones de los grandes medios, de los periodistas de esos medios, de los políticos auspiciados o considerados por esos medios y de los socios de los negocios de esos medios. Y de los que simulan creer que sin esos medios se termina la democracia en lugar de reconocer que, contrariamente, la democracia se democratizaría. Y también de receptores que al votar, no saben si votan a favor de sí mismos o a favor de los medios.
Y no se trata solamente de esa “mitad” de porteños indignados; o del 60 %, o de la ciudad entera, incluyendo las ratas subterráneas. Se trata de la indignación de quienes aún sostenidos por los resultados de la primera vuelta en vez de gozar del momento de triunfo sienten la insatisfacción de saber que nada más se les ha dado una porción del todo. Sólo un mordisco. Y que el todo les sigue siendo todavía inalcanzable. Que la patria es más extensa y más poblada, y que el color amarillo en la extensión se esfuma y descolora. Y que los globos llenos de aire no resisten traslaciones geográficas ni atmosféricas sin que se vayan desinflando o reventando. Así que estos son los días de esos porteños y no porteños indignados con el Fito indignado. Pero más los indigna que el Gobierno no se indigne: que gobierne. Que inaugure Tecnópolis, una ciudad científica. Y que haya logrado que miremos hacia Europa como ex náufragos ahora en tierra firme, mirando protegidos y con piedad a tantos inesperados náufragos de Europa.
El psicoanálisis sabe de transferencias entre el terapeuta y el paciente. Cuando el paciente de pronto sacudido por una sesión honda le transfiere su amor o su odio.
Los grandes medios y sus grandes periodistas, tan transferidos por culpa de Fito Páez, en lugar de atragantarse de indignación podrían, una vez, no ya sentir amor sino dignificarse.
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