La Habana, 11 feb (PL) El escritor boliviano Claudio Ferrufino-Coqueugniot, los argentinos Eduardo Rosenzvaig y Yoli Fidanza se convirtieron hoy en los máximos ganadores del Premio Literario Casa de las Américas 2009, que festeja sus 50 años de fundado.
El primero de ellos mereció el codiciado galardón de novela con El exilio voluntario, que aborda una problemática candente en América Latina, “los desplazamientos, por distintas razones, desde nuestros países hacia los centros de poder hegemónico” y las consecuencias que ese fenómeno trae aparejadas.
Al argumentar su fallo, el jurado destacó la vitalidad y dominio del oficio del autor, materializados en una narración de ritmo vertiginoso.
Las menciones en esta categoría fueron para los argentinos Enrique Ferrari por Lo que no fue y Fernanda García Curten por La reemplazante.
La literatura de ese país suramericano, presente en el concurso con 129 obras, se impuso también en el género testimonio, con Eduardo Rosenzvaig y su volumen Mañana es lejos (memorias de los años rabiosos).
El jurado, integrado entre otros por el mexicano Paco Ignacio Taibo II y el chileno Hernán Uribe, valoró la capacidad de Rosenzvaig para sintetizar “la tragedia de la generación rebelde argentina a lo largo de veinte años” con un lenguaje de alta calidad literaria, rico en imágenes y metáforas, y un ejercicio notable de reflexión.
Su coterránea Patricia Miriam Borensztejn obtuvo una mención por Hay que saberse alguna poesía de memoria. Testimonio de una mujer argentina.
En literatura para niños y jóvenes, el galardón correspondió también a una autora de esa nación, Yoli Fidanza, por La prometida del señor de la montaña o La doncella del Huillallaco, que retoma la tradición incaica desde una visión original, distante de los esteoreotipos comunes a esos temas.
A juicio del jurado, la autora humaniza un ritual iniciático mediante un lenguaje conciso, generador de imágenes de resonancia perdurable, para remontarse a una realidad lejana en el tiempo, sin perder la conexión emocional con el joven lector contemporáneo.
La primera mención fue adjudicada al mexicano Ricardo Chávez por El laberinto de las pesadillas. Las otras dos las recibieron la argentina Carla Dulfano por Sala de profesores y el costarricense Rodolfo Dada por El mar de la selva.
La literatura brasileña, la más nutrida en competencia con 255 originales, fue distinguida con un lauro para Réquiem, poemario de Ledo Ivo, quien vuelca un lirismo de alto calibre sobre lugares simples y silenciosos y entona, desde el resplandor de ese silencio, un canto a la vida.
Sus colegas Maria Esther Maciel y Menalton Braff se alzaron con las menciones con O livro dos nombres y A muralha de Adriano, respectivamente.
El primero de ellos mereció el codiciado galardón de novela con El exilio voluntario, que aborda una problemática candente en América Latina, “los desplazamientos, por distintas razones, desde nuestros países hacia los centros de poder hegemónico” y las consecuencias que ese fenómeno trae aparejadas.
Al argumentar su fallo, el jurado destacó la vitalidad y dominio del oficio del autor, materializados en una narración de ritmo vertiginoso.
Las menciones en esta categoría fueron para los argentinos Enrique Ferrari por Lo que no fue y Fernanda García Curten por La reemplazante.
La literatura de ese país suramericano, presente en el concurso con 129 obras, se impuso también en el género testimonio, con Eduardo Rosenzvaig y su volumen Mañana es lejos (memorias de los años rabiosos).
El jurado, integrado entre otros por el mexicano Paco Ignacio Taibo II y el chileno Hernán Uribe, valoró la capacidad de Rosenzvaig para sintetizar “la tragedia de la generación rebelde argentina a lo largo de veinte años” con un lenguaje de alta calidad literaria, rico en imágenes y metáforas, y un ejercicio notable de reflexión.
Su coterránea Patricia Miriam Borensztejn obtuvo una mención por Hay que saberse alguna poesía de memoria. Testimonio de una mujer argentina.
En literatura para niños y jóvenes, el galardón correspondió también a una autora de esa nación, Yoli Fidanza, por La prometida del señor de la montaña o La doncella del Huillallaco, que retoma la tradición incaica desde una visión original, distante de los esteoreotipos comunes a esos temas.
A juicio del jurado, la autora humaniza un ritual iniciático mediante un lenguaje conciso, generador de imágenes de resonancia perdurable, para remontarse a una realidad lejana en el tiempo, sin perder la conexión emocional con el joven lector contemporáneo.
La primera mención fue adjudicada al mexicano Ricardo Chávez por El laberinto de las pesadillas. Las otras dos las recibieron la argentina Carla Dulfano por Sala de profesores y el costarricense Rodolfo Dada por El mar de la selva.
La literatura brasileña, la más nutrida en competencia con 255 originales, fue distinguida con un lauro para Réquiem, poemario de Ledo Ivo, quien vuelca un lirismo de alto calibre sobre lugares simples y silenciosos y entona, desde el resplandor de ese silencio, un canto a la vida.
Sus colegas Maria Esther Maciel y Menalton Braff se alzaron con las menciones con O livro dos nombres y A muralha de Adriano, respectivamente.
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