La despolitización, una de las formas de la ignorancia a la que se refirió Bertolt Brecht, es hoy deliberadamente inducida por la superestructura de poder generada por la alianza Cambiemos. Por ello es urgente encarar el proceso político dirigido a romper el bloque histórico dominante y construir uno nuevo y de orientación nacional, popular y democrático.
Por Mario de Casas*
(para La Tecl@ Eñe)
En un texto reciente publicado en esta revista -“Concientizamos o erramos”- afirmaba que si el incremento y la universalización del consumo popular no alcanzaron para construir hegemonía, desde el campo nacional, popular y democrático debemos asumir el compromiso militante de trabajar en una amplia concientización. Me propongo ahora dar un paso más para contribuir a formular una estrategia de poder.
A estos efectos, en su discurso del 17 de Octubre pasado, Cristina dio una nueva pauta al definir como desafío principal “organizar a la sociedad […]” construyendo un “gran frente nacional que incorpore a todos aquellos sectores que están siendo agredidos por estas políticas de orientación neoliberal”, y agregó que es necesario concientizar para generar una mayoría “lúcida” por encima de pertenencias previas a las expresiones políticas tradicionales, es decir, al peronismo, radicalismo o socialismo, incluyendo a aquellos que no las hayan tenido.
Se trata de revertir la planificada confusión a la que han sido arrastrados por la maquinaria ideológica neoliberal muchos argentinos que, más temprano que tarde, comprobarán que votaron contra sus propios intereses. Confusión directamente relacionada con lo que Bertolt Brecht caracterizara como ignorancia política. Pues bien, una forma de esa ignorancia, la despolitización, es hoy deliberadamente inducida.
Y aquí entramos de lleno en la tarea que deberíamos acometer, porque tanto para promover la batalla de ideas como para hacer posible el triunfo en la lucha por el poder, es decisivo conocer cómo es y cómo opera nuestro adversario y así desbaratar su hasta ahora eficaz estrategia.
Cabe consignar que en el esfuerzo por superar la despolitización social -como en otros- no empezaremos de cero: un aspecto central de los avances promovidos por los gobiernos de Néstor y Cristina, fue sacar del letargo político a buena parte de la sociedad al poner en evidencia -y nombrar- las principales contradicciones a las que nos enfrentamos los argentinos.
Efectivamente, la famosa “grieta” está ahí desde el fondo de nuestra historia pero hacía mucho que nadie la mostraba ni ponía en palabras; es más, su ocultamiento es una clave de la lógica neoliberal, como se puede verificar a diario con los hechos que provoca y los discursos que difunde la derecha gobernante. Así, hasta el 2001 había grieta pero no había “crispación” - que tanto preocupa a los conservadores-, su consecuencia inevitable en una sociedad que después fue tomando conciencia de sus verdaderos problemas. Son los mismos “preocupados” que cuestionan con un cinismo a prueba de balas toda oposición real, calificándola de “ideológica” y pretendiendo que sus políticas productoras de desigualdad, de conciencias y conductas individualistas no tienen inspiración ideológica y responden a criterios “técnicos”; no sea cosa que nos olvidemos de que “las ideologías han muerto”.
Sin embargo, a juzgar por los hechos, este discurso ha calado hondo en una parte importante de la ciudadanía, convertida en portadora del flagelo de la despolitización. La superación parcial de semejante degradación fue posible desde el 2003 porque se gestaron y justificaron discursivamente importantes transformaciones, dando lugar a un reacomodamiento de vastos sectores en función de sus preferencias político-ideológicas.
Una de las concreciones pendientes es, justamente, que este reordenamiento se refleje en el sistema político, lo que significa que la mayoría a la que alude Cristina debe integrarse en un frente, iniciativa que la derecha ha concretado con la alianza Cambiemos, en vías de ampliación con el conservadurismo popular que anida en distintas expresiones del peronismo -massismo incluido-.
Asimismo, de las palabras de la ex Presidente, se deduce que la construcción propuesta habrá de tener la orientación política de un frente ideológico cuyo núcleo duro deberá ser necesariamente compartido por quienes se sumen.
Es fundamental pero no original: hace tiempo que los sectores dominantes organizaron el suyo, integrado por la prensa y otros medios e instituciones - como una parte del Poder Judicial - que forman y configuran la opinión pública. Entramado que fue determinante de su triunfo electoral y se ha convertido en una pieza maestra del dispositivo con el que buscan consolidar su permanencia en el gobierno, mantener y acrecentar su poder.
Más aún, estoy convencido de que la derecha ha hecho una cuidadosa lectura de Gramsci: la relevancia política concedida a las ideologías, condujo al luchador sardo al estudio de las relaciones entre infraestructura y superestructura, los clásicos conceptos marxistas de composición de la sociedad; y, a mi juicio, la importancia de la reconstrucción de estos conceptos en los Quaderni no estriba exclusivamente en la definición que se da de ellos, ni en la influencia primaria que se otorga a uno u otro, sino en el vínculo que establece entre ambos a través del concepto de bloque histórico.
A partir de la misma noción de infraestructura de Marx , es decir, como el conjunto de relaciones de producción que corresponden a un determinado grado de desarrollo de las fuerzas materiales, dentro de las cuales los hombres interactúan entre sí y en base a las cuales se establecen los reagrupamientos sociales, uno de los grandes aportes de Gramsci está en que concede mayor importancia al estudio de las superestructuras porque se dedica más a analizar las condiciones ideológicas, culturales y políticas del cambio social que a investigar las condiciones económicas que lo determinan.
A través de las superestructuras se crea y se difunde la cultura y la ideología. Si la infraestructura supedita la posibilidad de crear una nueva historia, las superestructuras generan las iniciativas que realizan esa historia. La reciprocidad y el carácter de vínculo orgánico entre ambas singularizan la concepción gramsciana de bloque histórico.
Es necesario señalar que no es lo mismo bloque histórico que alianza policlasista. Una alianza de este tipo es base y condición necesaria para la conformación de un bloque histórico –a su vez condición de la lucha por la hegemonía-, pero éste es algo más: implica la transformación de la estructura y las superestructuras.
Y ¿qué otra cosa está haciendo la derecha al restablecer hasta las últimas consecuencias los resortes del Estado neoliberal, herramienta al servicio del gran capital en detrimento de las condiciones mínimas de bienestar, salud y educación de los sectores populares?, ¿qué otra cosa al embarcarnos en un endeudamiento suicida que, además, será masivo?, ¿qué otra cosa al restablecer una avasallante influencia de las corporaciones en todos los ámbitos sociales? Y lo está haciendo, como el menemismo, con envidiable coherencia en todos los niveles, infra y superestructurales.
Se podrán discutir –y habrá que hacerlo- aspectos instrumentales de nuestro desafío pero, en cambio, es mucho menos discutible que, para retomar el camino emprendido en 2003, estamos urgidos a encarar el proceso político dirigido a romper el bloque histórico dominante y construir un nuevo bloque histórico nacional, popular y democrático.
Mendoza, 12 de noviembre de 2016
*Ingeniero civil, diploma superior de economía política
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