Un conflicto entre el campo y el Estado en el siglo XIX
El Martín Fierro, de José Hernández
Uno de los hechos de la literatura argentina que más sorprende y emociona es que el autor del poema nacional por antonomasia, el de nuestra "Eneida", el de nuestra "Chanson de Roland", termina sus días poco menos que despreciado por sus contemporáneos intelectuales y escritores y, sobre todo, desconociendo él mismo que ha entregado a todos sus compatriotas, presentes, futuros, una obra mayor.
Porque la historia de la recepción crítica del Martín Fierro es la historia del deslinde de intereses, banderías, oposiciones sociales y nacionales en pugna. Y elude, como siempre, cuestiones artísticas y literarias fundamentales que son las que, no única pero sí predominantemente, explican por qué se cimenta en la memoria colectiva una obra así.
José Hernández llevaba dentro este texto quizás desde la infancia, y él surgió, un poco casual, otro poco voluntariamente, en su exilio en Santa Ana do Livramento, tras la derrota de Ñaembé infligida por las tropas federales. Allí, “a casa da rua Rivadavia Correa 262”, donde “era poeta e recitava versos de sua lavra”, fueron apareciendo las voces de sus connacionales, y él fue dejándolas hablar, cantar, contar, y también inventándolas a su modo.
Es una de las causas principales de la alabada perfección del poema: recordó e incorporó el habla y las voces de sus “paisanos”, los modeló poéticamente y, en una transfusión y una amalgama que solo producen las grandes obras, el lenguaje común fue, después, tomando e incorporando el habla y las voces del Martín Fierro. Hernández buscó y dio, así, con su propia voz, su tono, su escritura: un largo canto de más de siete mil versos, en el que se cuenta la vida de los campesinos gauchos en “la frontera” (el frente militar de lucha contra el indio nativo), la vida en las tolderías (donde los temores inconscientes del poeta asoman, oscuros, desconcertantes, casi demenciales) y, en La vuelta…, una vez en los alrededores de Buenos Aires, escenifica una payada construida en los límites de lo verosímil, que saca definitivamente al poema de la supuesta realidad y le insufla dimensiones metafísicas.
En los aspectos testimonial y social la intención alcanzó su objetivo, reveló implacablemente la situación del gaucho, esa carne de leva, y lo intolerable que debía ser para toda la sociedad que hubiese parias en su propia tierra, que para trasladarse de un lugar a otro en la llanura pampeana debieran tener un “pase”, carecieran de trabajo y paga fijos, perdieran su familia y sus pocos bienes a la primera trapisonda policial.
Parece, pues, impúdicamente paradójico que, hoy, en medio de novedosas denuncias a la pobreza por parte de los más ricos de la sociedad, apelaciones a la institucionalidad por parte de veteranos cortadores de puentes internacionales y organizadores de puebladas, defensas de la libertad de expresión por monopólicos manipuladores de cerebros y voluntades, y en un discurso con sesenta y cuatro menciones de “la patria”, sus versos hayan sido ceremoniosamente citados nada menos que por el presidente de la Sociedad Rural en la inauguración oficial de la 123° Exposición de Palermo (2009).
¿Qué hacía allí el Martín Fierro, un poema escrito para denunciar la persecución del gaucho sin tierra, llevado a la guerra y la miseria por la fuerza, por los patrones y la policía, condenado a defenderse como un delincuente, despojado de su mujer y de sus hijos, de su solar y de todos los bienes materiales de este mundo? Justamente, a raíz de ello, el propio poema fue vapuleado y despreciado, y su autor, José Hernández, desconocido y ninguneado como escritor de segunda categoría y, aunque muy popular, escribiente de “cosas del gauchaje”.
Claro que no solo por su intenciones tuvo eco el poema, y crecimiento y permanencia. Sino porque en su elaboración concurrieron la literatura clásica y la romántica, la española desde los orígenes y la gauchesca desde los primeros tiempos. Y lo que él supo escribir y construir con eso. Porque amén de los clásicos, de la copla, del romance y las demás formas métricas de la poesía popular, están en el libro el cancionero, la novela picaresca y el teatro de los Lope, y respecto de la gauchesca es coronación, como contradicción y parodia, y como cierre.
La más reconocida y la más admirable originalidad es la que mayor contacto con la voz y el canto establece: la versificación. A partir de una visión general binaria de la realidad y de una poética metafórica de lo parecido y lo diferente, sobresalen el uso casi uniforme de la rima imperfecta, el empleo del octosílabo como metro natural de nuestra lengua hablada y, singularmente, la célebre sextina hernandiana.
Batallador político constante, apasionado defensor de causas siempre perdidosas, denostado, perseguido, exiliado, numen de la fundación de esa “ciudad futura”, masónica y astral, que es La Plata (a la cual, además, dio nombre), José Hernández murió, al fin, ignorando que había escrito uno de los libros inmemoriales de la lengua, un libro que es, ya, memoria de la humanidad.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Los comentarios deberán se acompañados por el nombre y e-mail del autor.-