Los ecos de una fiesta popular
Por Rubén Dri *
Del 22 al 25 de mayo el centro de Buenos Aires fue una marea incontenible de pueblo haciendo estallar sus ganas irrefrenables de festejar, produciendo, de esa manera, una de las grandes “puebladas” que desde mediados del siglo pasado vienen jalonando la historia nacional.
Pero se trata de una pueblada “diferente” y si bien cada pueblada tiene su sello particular y es diferente a las otras, ésta lo es de manera especial. En primer lugar, debemos preguntarnos sobre la categoría “pueblo”.
Parece que se trata de una categoría borrosa, propia de analfabetos tercermundistas que no entienden que la sociedad está dividida en clases sociales y, de esa manera, mezclan las clases y de un abigarrado de ellas hacen una especie de sujeto denominado “pueblo”. De hecho, diversas agrupaciones políticas que pretenden orientarse con un programa “progresista” se dicen pertenecientes al “centroizquierda”.
Una mirada general a la conformación de las sociedades por el capitalismo en el Primer y en el Tercer Mundo nos hará comprender lo que abarca la categoría “pueblo”.
En el Primer Mundo, en su epicentro, allí donde tiene sus raíces, el capitalismo produce una diferenciación clara de clases sociales que se expresan a nivel político, en sus correspondientes partidos.
Diferente es su comportamiento en el Tercer Mundo, donde el capitalismo es introducido desde fuera. Aquí las clases se presentan con contornos borrosos, difícilmente articulables en partidos clasistas. La dominación configurada como “oligarquía” se ejerce sobre un conglomerado donde figuran trabajadores ocupados y desocupados, campesinos, villeros, cuentapropistas, empleadas domésticas, trabajadores temporarios, pueblos originarios, comunidades de diverso tipo. Todos estos sectores que sufren las consecuencias de la dominación tienden a conformar el “pueblo”. “Tienden”, porque no necesariamente lo conforman, porque ser pueblo significa ser sujeto-pueblo.
Nadie es sujeto sino que se hace sujeto, se crea como sujeto. Esto vale para el sujeto individual y el colectivo, cualquier sujeto colectivo sólo es tal en la medida en que decide serlo. Devenir sujeto, hacerse sujeto, es un proceso continuo, dialéctico. En la medida en que el sujeto deja de hacerse, de ponerse, es llevado por delante, es reducido a objeto manipulable. Las “puebladas” son los momentos en que el pueblo decide dejar de ser objeto, dejar de deslizarse hacia la objetualización y revertir la marcha. Son momentos de refundación.
La historia de nuestro país vista desde abajo es la historia de sus puebladas. Desde mediados del siglo pasado hasta el Bicentenario podemos distinguir cuatro grandes puebladas desde las que el pueblo se rehizo y comenzó una nueva etapa histórica.
La primera es la del 17 de octubre de 1945 con que se construye la “nueva Argentina” de pleno empleo, violentamente reprimida en 1955. La segunda tiene lugar en Córdoba, el 29 de mayo de 1969, que inaugura una nueva etapa que triunfa en 1973 y sólo es vencida mediante un verdadero genocidio. Fueron dos puebladas en las que el sujeto-pueblo no sólo ocupaba el espacio público sino que lo hacía con un proyecto, organizaciones y liderazgos capaces de llevarlo a cabo.
Diferente es la pueblada que se produce el 19-20 de diciembre de 2001, porque esta vez como en las anteriores se rechazaba un modelo de país, pero no se tenía un proyecto alternativo, no había organizaciones ni liderazgos capaces de encaminar la fuerza popular hacia una construcción positiva.
A partir de 2003 con la emergencia de un liderazgo que aparece en forma no prevista, por la ventana, diríamos, comienzan a cristalizar realizaciones que responden a lo que la pueblada había reclamado sin lograr realizar propuestas concretas. Todo el trabajo que habían realizado los movimientos sociales y de derechos humanos, los gremios en los ’90 van dando los frutos esperados.
Llegamos así al 2010, año del Bicentenario, cuando se produce una pueblada completamente distinta. Es la primera en la que no se reclama nada sino que sólo se festeja. Son cuatro días en que un río de pueblo nunca visto inunda el centro de Buenos Aires, festejando, a pesar de la infernal propaganda de la absoluta mayoría de los medios de comunicación en el sentido de que todo está mal y, en consecuencia, de acuerdo en esto con algunos grupos de izquierda, no hay nada que festejar.
Un pueblo que, convocado o invitado por el Gobierno, sale a festejar de esa manera, lo hace políticamente. Da risa la torcida interpretación de voceros opositores que interpretan que el pueblo festejando dio un mensaje contrario al Gobierno, diciéndole que no está de acuerdo con su “crispación”.
El pueblo bailó, cantó, saltó, dijo a los gritos que está contento, lo que no quiere decir que no tenga críticas o que no hay nada más que hacer. Puede verse la pueblada bicentenaria como la negación de la negación de la pueblada del 19-20 de diciembre del 2001. Esta expresó la utopía en negativo, ¡que se vayan todos! No se trataba en realidad de los individuos que ocupaban los puestos políticos, aunque necesariamente éstos se viesen involucrados, sino de la política neoliberal que había producido el desastre nacional.
Ese mismo pueblo, que entonces no encontraba el camino de la recuperación, ahora celebra su encuentro. Si antes reclamó, luchó y fue atrozmente reprimido, dejando treinta compañeros asesinados, ahora celebra por el camino reencontrado, camino que hay que transitar y en muchos aspectos corregir.
La lucha seguirá siendo ardua, pero ello no le impedirá festejar.
Nuestra historia siempre estuvo atravesada por dos proyectos antagónicos, uno incluyente y otro excluyente; uno que se mira a sí mismo y este sí mismo es no sólo la patria chica, sino la patria grande latinoamericana, y otro que mira hacia fuera desde la patria chica; uno industrialista y el otro agroexportador.
Esos dos proyectos se han mostrado en la pueblada del Bicentenario. Nadie programó que la Presidenta no concurriese al Colón, ni que se realizasen dos Tedéum. La bifurcación se dio por la lógica misma del movimiento.
Fue la manifestación de la vigencia de los dos proyectos antagónicos que una determinada “oposición” pretende ocultar con la hipocresía del “consenso”. ¿Acaso la “oposición” expresada por los grandes medios podía festejar, cuando se cansó de repetir que todo está mal, que la inseguridad se ha instalado entre nosotros, que el miedo reina en todas partes?
Lo que bajo la invocación al consenso y a la calidad institucional se quiere ocultar, el pueblo lo ha desocultado, y lo ha hecho de una manera inédita, festiva. Ningún accidente cuando una marea de millones de seres humanos se mueven, se encuentran, celebran, cantan y bailan, es no sólo una maravilla, sino un auténtico milagro que sólo un pueblo feliz puede hacer real.
* Filósofo, profesor consulto de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA).
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