Los que nos iniciamos a la vida política durante los turbulentos años de los 60 y 70, cuando a lo largo de América Latina y el Caribe se alzaban los pueblos con el renovado ejemplo de la Revolución Cubana, concebimos a la militancia como el centro de la existencia, o sea como un compromiso integral que no se agota en las conveniencias personales, candidaturas para las elecciones o asunción de cargos gubernamentales.
Frente a los políticos profesionales, cuya actividad se relaciona con el desarrollo de una carrera en busca de todo tipo de beneficios, privilegiamos la búsqueda incesante de soluciones para las grandes mayorías desheredadas y la nación saqueada por imperios y oligarquías.
Carlos O. Suárez
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