miércoles 24 de junio de 2009
por Orlando Barone
Capital Federal (Agencia Paco Urondo) Me refiero al voto de izquierda inmaculado. Un voto argentino largamente usado pero increíblemente virgen. El dilema se le plantea ante un gobierno popular. Qué dilema para el voto de izquierda. Porque para satisfacer la ideología insatisfecha de ese votante, el político y la política al cual voten, debe lograr que la vigilia sea igual que el sueño. Menos no. Sueño. Y puro.
Para tener una idea de cómo es ese voto absoluto, piense en qué es lo que no vota. Desde ya no vota a la derecha ni al centro ni al semicentro. Le sobran argumentos para no votar a candidatos que nunca pronuncian esa palabra promiscua: pueblo, y que se inclinan por contribuyente o vecino. Y que el verbo que más usan y conjugan, es privatizar. No darle su voto a la derecha le es natural. Instintivo.
Pero tampoco vota hacia la izquierda si no es toda de izquierda e inmaculada. Es que para ser tan de izquierda como ese voto, hay que tener el paladar negro. Si en un país cualquiera hay una región con microclima y no se nacionaliza el microclima y se deja que lo respire cualquier turista extranjero con despilfarro, el gobierno de ese país no sirve.
Para poner otro ejemplo: ese votante inmaculado no votaría a Evo Morales. No. Salvo que Evo expropiara ya mismo Santa Cruz de la Sierra. Menos votaría a Chávez si no deja de venderle petróleo a Estados Unidos. A Correa tampoco lo votaría si no nacionaliza la línea del Ecuador y si no salva a las últimas tortugas de Galàpagos.Es tan enteramente de izquierda y progresista que duda del Che Guevara por verlo en las fotos fumando esos cigarros capitalistas.
Tampoco le gusta la revolución cubana: porque ahí se permiten los hoteles cinco estrellas; no recuperan Guantámano; y dejan que los cubanos jueguen al béisbol. Ni se le ocurriría votar a Tabaré que deja a Punta del Este como dominio extranjero; a Bachelette menos: si está con el ALCA. Y Lula está ahí resignado, sin declararle la guerra a Sarcozy después del desastre áereo y dejándose lisonjear por Obama que es “oscuramente” sospechoso.
Ese voto de izquierda o enteramente progresista, o puramente diáfano, cada vez que vota pierde. Es como aquellos enamorados del amor que nunca se enamoran de un ser concreto, porque en la práctica tiene defectos. Y acaban solitarios resentidos negándose aunque sea una caricia porque no es la que ellos se diseñan. Y si un gobierno lograra bajar la mortalidad al mínimo posible, dirían que eso no basta: que falta alcanzar la inmortalidad.
Y si se cumpliera la consigna de hambre cero y ya no hubiera hambrientos, dirían que la comida es mala. O todo o nada, piensan. Pues nada. Por eso ese voto del que hablo no es ni siquiera la utopía. Es un gesto onanístico que pone feliz a la derecha más derecha. La que brinda con soja. Pero al voto inmaculado no le importa perder: elecciones sobran. Pero el tiempo pasa."
por Orlando Barone
Capital Federal (Agencia Paco Urondo) Me refiero al voto de izquierda inmaculado. Un voto argentino largamente usado pero increíblemente virgen. El dilema se le plantea ante un gobierno popular. Qué dilema para el voto de izquierda. Porque para satisfacer la ideología insatisfecha de ese votante, el político y la política al cual voten, debe lograr que la vigilia sea igual que el sueño. Menos no. Sueño. Y puro.
Para tener una idea de cómo es ese voto absoluto, piense en qué es lo que no vota. Desde ya no vota a la derecha ni al centro ni al semicentro. Le sobran argumentos para no votar a candidatos que nunca pronuncian esa palabra promiscua: pueblo, y que se inclinan por contribuyente o vecino. Y que el verbo que más usan y conjugan, es privatizar. No darle su voto a la derecha le es natural. Instintivo.
Pero tampoco vota hacia la izquierda si no es toda de izquierda e inmaculada. Es que para ser tan de izquierda como ese voto, hay que tener el paladar negro. Si en un país cualquiera hay una región con microclima y no se nacionaliza el microclima y se deja que lo respire cualquier turista extranjero con despilfarro, el gobierno de ese país no sirve.
Para poner otro ejemplo: ese votante inmaculado no votaría a Evo Morales. No. Salvo que Evo expropiara ya mismo Santa Cruz de la Sierra. Menos votaría a Chávez si no deja de venderle petróleo a Estados Unidos. A Correa tampoco lo votaría si no nacionaliza la línea del Ecuador y si no salva a las últimas tortugas de Galàpagos.Es tan enteramente de izquierda y progresista que duda del Che Guevara por verlo en las fotos fumando esos cigarros capitalistas.
Tampoco le gusta la revolución cubana: porque ahí se permiten los hoteles cinco estrellas; no recuperan Guantámano; y dejan que los cubanos jueguen al béisbol. Ni se le ocurriría votar a Tabaré que deja a Punta del Este como dominio extranjero; a Bachelette menos: si está con el ALCA. Y Lula está ahí resignado, sin declararle la guerra a Sarcozy después del desastre áereo y dejándose lisonjear por Obama que es “oscuramente” sospechoso.
Ese voto de izquierda o enteramente progresista, o puramente diáfano, cada vez que vota pierde. Es como aquellos enamorados del amor que nunca se enamoran de un ser concreto, porque en la práctica tiene defectos. Y acaban solitarios resentidos negándose aunque sea una caricia porque no es la que ellos se diseñan. Y si un gobierno lograra bajar la mortalidad al mínimo posible, dirían que eso no basta: que falta alcanzar la inmortalidad.
Y si se cumpliera la consigna de hambre cero y ya no hubiera hambrientos, dirían que la comida es mala. O todo o nada, piensan. Pues nada. Por eso ese voto del que hablo no es ni siquiera la utopía. Es un gesto onanístico que pone feliz a la derecha más derecha. La que brinda con soja. Pero al voto inmaculado no le importa perder: elecciones sobran. Pero el tiempo pasa."
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