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fragmento: declaración de principios de ALIA*

domingo, junio 13, 2010

OPINION: PERONISMO Y COMUNICACIÓN

nacionalizar a nuestras clases medias
(...Si no, seguiremos ejerciendo el poder como sabemos los peronistas, llevando a cabo políticas a favor de las grandes mayorías, como hacemos los peronistas, para un día terminar agotados, como ya nos pasó a los peronistas)

En ámbitos afines al proyecto nacional se viene discutiendo acerca de la “comunicación de las acciones de gobierno”. Tema no sencillo acerca del cual yo tengo posición tomada: el gobierno tuvo y tiene problemas comunicacionales .
En primer lugar, habría que definir de qué se habla cuando se habla de comunicación; si se la aborda desde una perspectiva técnica, se podría concluir que si el gobierno tiene problemas en la materia, estos serían consecuencia de la falta de instrumentos adecuados e intérpretes idóneos: medios propagandísticos rústicos, comunicadores torpes y mensajes ramplones, confusos o agresivos (o todo a la vez).
Ese no es mi enfoque, no es ese el lugar desde donde yo sostengo el problema comunicacional que le adjudico al gobierno nacional. El problema es mucho más complejo y profundo, y se entiende si se integra el factor comunicacional dentro del problema cultural y no como ítem aislado.
Si se parte de la trama cultural podremos entrever que esta deficiencia es histórica en el peronismo. La “Gran Década” (en rigor de verdad, fueron 12 años desde la revolución juniana a la restauración oligárquica) fue testigo de un formidable impulso modernizador y soberano que sacudió a la anquilosada estructura agro-exportadora conservadora. La alianza de los sectores industrialistas del ejército con la clase trabajadora amenazó por primera vez los cimientos del poder de la clase terrateniente aliada al imperio británico primero, y al norteamericano después.
El gobierno de Perón provocó una fuerte transferencia de riquezas que estaban concentradas en el sector del capital hacia el sector del trabajo. El tan mentado “51 % y 49 %” (con la concomitante dignificación del trabajo) a favor de las clases asalariadas es una de las razones más contundentes del odio de los poderosos al peronismo. Sin lugar a dudas, este proceso estaba claramente encabezado por la cada vez más vigorosa clase obrera industrial, que irrumpe en la escena política argentina definitivamente en las Jornadas de Octubre. Pero el mundo del trabajo no era ayer, como no lo es hoy, únicamente el proletariado industrial, sino los amplios sectores medios que básicamente se asentaban, y se asientan, en el sector de servicios, constituyendo una gran masa asalariada, que como tal, pertenece concreta y efectivamente, al mundo del trabajo y no del capital.
En tal sentido, los sectores medios fueron, directamente, beneficiarios de ese “nuevo país” que surgió en la década del ’40. En modo alguno las políticas del peronismo atentaron contra sus intereses, sino más bien, todo lo contrario: un país con una estructura económica diversificada, con crecimiento industrial, investigación científica y desarrollo tecnológico, no hacía más que ensanchar el horizonte de expectativas de los amplios sectores medios, que eran los que se preparaban en las universidades para el ejercicio de profesiones que no tendrían mayor destino en la vieja Argentina pastoril.
Y aquí puede situarse la raíz del problema. Lacan decía que “el hombre es el ser que se piensa donde no es, y es donde no se piensa”. Esta sentencia es perfectamente aplicable a la pequeña burguesía urbana de nuestro país: ella, en su imaginario, se piensa en un lugar que no es el propio. En su aspiracional se ve más cerca del mundo del capital, es su modelo. Pero su realidad material indica otra cosa, indica que ella es parte indiscernible del mundo del trabajo; o sea, ella es donde no se piensa, más cerca de aquellos a los que desprecia y teme por ignorancia.
Las clases medias no tienen destino individual; ni siquiera el ejercicio liberal de las profesiones que eligen puede garantizarles el pase al exclusivo “mundo de los elegidos”. En su mayoría, terminan constituyendo el triste ejército de “cagatintas” de todo pelaje, deambulando por oscuros despachos, estudios o consultorios.

¿Qué pasa entonces cuando la política concreta de un gobierno favorece claramente a un sector y ese sector igualmente le es hostil?. Pasa que ese gobierno no ha mensurado en su cabal medida el problema de “colonización mental”, y sus efectos ideológicos, que sufren desde sus orígenes estos sectores, vulnerables a la influencia de los intereses de las corporaciones, justamente por tener acceso permanente a los medios que los difunden. En aquel entonces, no bastó con la prédica de don Arturo Jauretche, el gobierno de nuestro general fue bastante impiadoso con nuestros propios intelectuales, aquellos que estaban llamados a combatir en ese frente. Los dejó solos. De hecho, la reinvindicación de figuras tales como Scalabrini Ortiz, Leopoldo Marechal, el propio Jauretche, John Cooke, y más tarde, Hernández Arregui, no fueron rescatadas desde el peronismo, sino desde las corrientes revisionistas de la izquierda nacional. Este es un hecho irrefutable.
El peronismo histórico fue un cuerpo formidable, con buena contextura muscular; desde allí asestó golpes que dolieron, y mucho, pero que no alcanzaron a derrumbar al contrincante, solo lo dejaron maltrecho por un tiempo. ¿Qué pasó?, pasó que faltó cabeza, y un cuerpo sin cabeza, un cuerpo portentoso pero de cabeza chica, finalmente, es derrotado, porque en algún momento el músculo se cansa.
Si nuestro gobierno adopta una medida revolucionaria, con la que adquiere un fabuloso caudal de soberanía, tal como fue la nacionalización de los ferrocarriles, pero a la par los rebautiza con nombres extraídos del procerato oligárquico, entonces significa que el cuerpo está separado de la cabeza; que se toman medidas objetivas correctas, y hasta revolucionarias, pero no se las puede inscribir subjetivamente en el proceso histórico que debería enmarcarlas y las dotaría de esa fuerza intangible que solo es otorgada por la conciencia histórica.
Don Arturo Jauretche no debió ser el ministro de educación del gobierno peronista: debió ser EMPERADOR, ZAR DE LA EDUCACIÓN ARGENTINA. Sin embargo, nuestro gobierno lo relegó a una oscura posición técnica en el Banco Provincia. Otra vez, el cuerpo despegado de la cabeza. En cambio, en las esferas gubernamentales de entonces pululaban, como propagandistas y difusores de la acción de gobierno, aduladores oficialistas como Apold y Mendé (ante los cuales, D’elía y Moreno son delicadas figuras renacentistas). Otro tanto ocurrió en la Universidad, usina del cipayismo pequeño burgués desde siempre, y al que nuestro gobierno, torpemente, sólo supo imponerle el reaccionarismo cerril de los nacionalistas católicos (tan cipayos, finalmente, como su contracara demo-liberal). Por un lado, los jovencitos que aspiraban a ser abogados o contadores de las grandes corporaciones, y por el otro, los cavernícolas con hacha de silex. Saquemos nuestras propias consideraciones.
Desde el 2003 a la fecha hemos asistido a un promisorio proceso, a partir del cual queda claramente explicitada la confrontación de dos modelos: el inclusivo, apoyado en el mercado interno, los sectores del trabajo y la producción; y el exclusivo, sostenido por el poder financiero internacional y el poder económico transnacional concentrado. De nuevo, como en el ’45, quedan expuestas las contradicciones de un gobierno de estas características, movimientista, policlasista; ambigüedades acerca de las cuales los militantes del movimiento nacional estamos advertidos: sabemos de las marchas y contramarchas, de los avances y de las agachadas circunstanciales. El purismo nos place dejarlo a los estudiantes de Filosofía y Letras, para que sigan construyendo su “proletario ideal”, “su revolución ideal”; nosotros nos quedamos con el obrero de carne y hueso y con la revolución peronista . Sabemos que hay militantes honestos y capaces ejerciendo la función pública, como sabemos que hay “amigos del poder” que cuentan con la anuencia de parte del gobierno para hacer “buenos negocios”: los hubo también en la década del ’40, como señala Galasso, encarnados en las figuras de Silvio Tricerri y Jorge Antonio (por citar algunos), los “Cristóbal López” de entonces (por citar a uno, ya que no el único, de los buenos hacedores de negocios cercanos a nuestros gobernantes actuales)
De sesenta años a esta parte, los mecanismos de control ideológico, más allá de que se han diversificado, y a pesar de la variedad de recursos, asumen las más de las veces la misma cara torpe y brutal que en aquellos tiempos. Tomemos como ejemplo al “multimedio” que nos asola: ninguna sutileza, todo vileza. Lisa y llanamente. Tiene poder y tiene llegada. La clase media lo consume y actúa en consecuencia. Las jornadas “ruralistas” en la Capital Federal, con motivo del debate por la resolución 125, de no ser por su trasfondo trágico, tendrían una vis cómica insoslayable: un sinnúmero de imbéciles que no tienen ni tierra en sus apretaditos balcones barriales, repitiendo el sonsonete que las corporaciones rurales y el “multimedio” ponen en sus torpes cabezas (como diría Jorge Marziali) y ellos emiten desde sus bocas mustias.

Otra vez un panorama similar: un país real, el de la “realidad efectiva” que pregona nuestra marcha, volviendo desde hace siete años del Averno, un país que recuperó todos los indicadores económicos que cualquier país serio considera, que navegó con éxito sobre una crisis internacional mayor aún que aquella del ’30 y que se está llevando puestos a algunos de los “modelitos” que nos enrostraban hasta el hartazgo ayer nomás: Irlanda, Islandia y España (no cito el derrumbe de Grecia, porque nunca adquirió el status de “modelo”, pero también vale señalar su caída en desgracia, que desnuda la felonía de naciones como Alemania y Francia), para no hablar del descalabro norteamericano.
Un país en donde reapareció algo que nos era asiduamente esquivo: el consumo, ese de los grandes sectores populares, conformados por aquellos que por fin pueden garantizarle una dieta apropiada a sus hijos (aún reconociendo todo lo que resta por hacer en la materia) y por aquellos otros que invaden todos los destinos turísticos, dejando a su paso “tierra arrasada”, cual “Atilas o Saladinos de termo, heladerita y parrilla portátil”, en temporada alta, baja, mediana, o más o menos (un feriado alcanza), o consumen “pantallas LCD” y “Home Theaters” como si fueran pochoclos.
Gran parte de esos sectores, nuevamente beneficiados por la política efectiva del gobierno de los “negros de mierda”, hablan de la “yegua”, de la “caja”, del “clientelismo”. Pues bien, entiendo que este gobierno tiene a su alrededor gente altamente capaz, inteligente y sagaz (y también de la otra) para trabajar en este problema muy complejo, muy profundo: el de la estupidez cuasi congénita de nuestras clases medias. Lenin, un día que se ve que estaba alunado, dijo que “la revolución podría solucionar muchos problemas, menos la supresión radical de los imbéciles”. Más piadosamente lo dice la Biblia: “el número de tontos es infinito.”
Con el devenir del escrito, entonces, me corrijo: ya no es un problema de comunicación, en ninguna de sus acepciones; es un problema mucho mayor: nacionalizar a nuestras clases medias. No se hará de un día para el otro, llevará largos años. Pero recién vamos a darle comienzo a la tarea sólo cuando tengamos conciencia de ello. Si no, seguiremos ejerciendo el poder como sabemos los peronistas, llevando a cabo políticas a favor de las grandes mayorías, como hacemos los peronistas, para un día terminar agotados, como ya nos pasó a los peronistas.

Marcelo Fernández Portillo
Santa Rosa – La Pampa
República Argentina

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