
envío de Clan recuPeron 
  Por Marcelo  Koenig *
 “No hay cosa  más sin apuro
 Que un Pueblo  haciendo la historia  
 No lo seduce la  gloria
 Ni se imagina  el futuro
 Marcha con  paso seguro
 Calculando  cada paso
 Y lo que  parece atraso
 Suele  transformarse pronto
 En cosas que  para el tonto
 Son causa de  su fracaso.” 
 Alfredo Zitarrosa
 Ilustración: Ricardo  Carpani
 La autocrítica es un uso poco  frecuente de nuestra fauna política. Mucho más fácil es endilgarle al Pueblo las  causas del propio fracaso. Esa actitud tiene tanto de canalla como de necio  tiene el hecho de negar las causas que llevaron hasta ese punto. 
 Sólo reflexionar críticamente  sobre la derrota la convierte en aprendizaje. 
 Primero hay que dimensionarla. Fue  táctica. Importante sí, pero táctica. 
 “La plata no cambia a las  personas, las descubre.” Así nos enseñaba, entre mate y mate, un viejo  compañero. Con la derrota pasa algo similar. Por ahí se los ve a muchos  extendiendo la apresurada partida de defunción a Kirchner. El aparato  burocrático de la derecha pejotista que toleraba con incomodidad al kirchnerismo  lo empezó a abandonar la misma noche del 28 de junio. 
 Aquellos que creen que el  peronismo es siempre apostar a ganar, desconocen su historia. La particularidad  del peronismo revolucionario fue siempre aprender a sacar fuerzas de las  derrotas, justo en el momento en que los hijos y entendidos del poder fueron  abandonando el barco o quisieron llevar al peronismo hacia las aguas calmas de  la claudicación. 
 No es fácil elucidar las causas de  una derrota electoral. Descartemos algunas hipótesis erróneas. 
 Los moderados y conservadores de  toda laya encuentran las causas principales en los conflictos generados. No se  puede –decía el General– hacer tortilla sin romper huevos. ¡Cómo si la  política no fuera disputa de intereses! O acaso pensamos que se puede construir  una Patria Justa y Libre, mientras aplauden los dueños de los privilegios.  Claro, si no se tocan los intereses de los grupos económicos concentrados no hay  conflictos ni polarización. Tampoco hay un gobierno popular, pues lo que  caracteriza a un gobierno de tal es –precisamente– el avance sobre estos  intereses en función de beneficiar a los más humildes. 
 Tampoco fue determinante  la traición de unos cuantos intendentes del conurbano. Nadie  puede negar que hubieron defecciones. Pero, no es menos cierto que pensar la  estructura del pejotismo bonaerense como una máquina invencible de decidir  adónde van los votos, es sobredimensionarlo. El aparato del PJ es como la  leyenda del sastre que engañaba al rey desnudo. Hace falta que alguien se anime  a decirle al rey que está desnudo. 
 Es cierto también que la  clase media dio la espalda al proyecto kirchnerista. Esa que como dice  el poema de Benedetti “clase media/medio rica/medio culta/...Si escucha a un  Hitler/medio le gusta/y si habla un Che/medio también...” ¿Qué ocurrió que esta  vez fue seducida por las palabras del derechista millonario tatuado?  
 Aunque la defección de la clase  media no lo explica todo. Tampoco existió un apoyo total e indivisible  de los sectores populares como en otras elecciones. Pues en los sectores del  segundo cordón del conurbano donde antes el kirchnerismo (en el 2005) había  sacado 20 puntos de diferencia apenas arañó los 8. 
 Entonces... ¿dónde están las  verdaderas causas? 
 Centralmente encontramos  dos causas que están muy relacionadas entre sí. 
 La primera es que está  derrota se fue gestando a partir de la decisión de no construir una fuerza  propia y comprar llave en mano (debiéramos decir alquilar) estructuras  políticas. 
 No se puede dar una  batalla clave –presentada incluso como una confrontación entre dos modelos de  país– sin organizar una fuerza política con identidad, objetivos y lógica propia  a una porción considerable de nuestro Pueblo. 
 La otra causa  nodal la encontramos en la despolitización reinante.  
 Si un proyecto nacional y  popular no es capaz de generar una política de la que se apropien las mayorías  no tiene destino alguno. 
 La politización es condición  necesaria para un proceso de transformación. Los grupos económicos, sobre todo  los mediáticos, tienen bien en claro que su nivel de influencia está en la  medida en que la sociedad se encuentre más despolitizada. Por eso demonizan  constantemente a la política, en cualquiera de sus formas. 
 Si la política no vuelve a  enamorar, no sólo se pierde la clase media –que tiene una natural  tendencia a mirarse en el espejo de los ricos–, sino también de los  sectores populares, que terminan votando por simpatías inmediatistas.  Por eso fue que una considerable cantidad de los votos se canalizaron hacia lo  peor de la derecha reaccionaria, vacía de contenido y despolitizada en las  formas, pero eso sí, muy sonriente. 
 En síntesis: yendo a la  elección con una sociedad despolitizada y sin construcción organizada de fuerza  propia, se fue a jugar el partido en la cancha del enemigo. Es claro,  en el terreno del marketing y la publicidad gana el que más plata pone y el que  tiene una campaña publicitaria con más impacto. Todo esto agravado por el hecho  de que los massmedia no son neutros. Se trata de grupos económicos que  juegan sus propios intereses en la partida. No hacía falta ser un fino analista  político para ver cómo jugó de fuerte la concentración oligopólico mediática en  esta batalla. 
 No existen vacíos explicativos.  Cuando no existe una fuerza política que se convierta en polea de  transmisión entre los que conducen y las masas, a la realidad siempre la  explican los medios masivos de comunicación en función de sus propios intereses.  
 Esta derrota ha tenido un alto  impacto anímico en muchos militantes, sobre todo en aquellos que creían que el  kirchnerismo era infalible, invencible y arrollador. Pero también existe  una militancia que, sin oportunismos ni apresuramientos, se reconstruye a sí  misma en función de los objetivos estratégicos que persigue, y está en  condiciones de sacar enseñanzas de este duro momento. 
 Kirchner tiene otra  oportunidad histórica. Sólo él sabe si habrá de aprovecharla o no.  
 Sin genuflexión ni alcahuetería,  con la mirada crítica y la voluntad templada en la pelea, arraigada en la  historia del peronismo revolucionario, los niveles incipientes de organización  popular pueden encontrar en el propio Kirchner –si este toma la decisión de  ponerse al frente– un camino para la construcción de la fuerza política  necesaria. 
 Es probable que la  burocracia política de la derecha del pejotismo se aleje en busca del candidato  que les garantice la continuidad de su propio empleo (porque han  transformado a la política de una vocación en una forma de manutención  individual). A ésta no le importa que sus maniobras tácticas sean la  fuente de la recomposición del bloque de poder hegemónico.  
 Sin embargo, está por  verse qué actitud tomarán en la encrucijada muchos sectores del propio PJ –tanto  en Buenos Aires como en el interior– y más aún es determinante cuál ha de ser la  decisión de un movimiento obrero, que se ha revitalizado en esta última etapa a  partir de la recuperación de herramientas tales como la Convención  Colectiva. 
 El proyecto emancipatorio  no tiene destino si no es a partir de la construcción de una gran fuerza  política verdaderamente nacional, popular y revolucionaria, que le de su real  valor a la militancia, que tenga su anclaje en los trabajadores, que reconquiste  la iniciativa, que sea el puntal de la continuidad del proyecto  latinoamericanista, que no permita el retroceso en la cuestión de derechos  humanos, que le defienda el rol del Estado en la economía, que permita avanzar  en la distribución de la riqueza hasta alcanzar la justicia  social.  
 * Director de la Casa  Cultural del Peronismo Revolucionario.
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