Por Washington Uranga
Desde hace más de un siglo el 7 de agosto de cada año la celebración religiosa de la festividad de San Cayetano, “el santo del pan y del trabajo”, se ha convertido en un fenómeno que trasciende lo meramente religioso para constituir una suerte de “termómetro” de la realidad social del país. Fue el 18 de enero de 1913 cuando se erigió como parroquia el templo dedicado al santo italiano en el mismo lugar del barrio obrero de Liniers donde hoy se encuentra emplazado. Allí concurren año tras año los peregrinos en petición al santo para elevar sus plegarias y llevar donaciones esperando recibir como retribución los favores solicitados.
“Si alguien piensa en un santo argentino, ese es San Cayetano, aunque sea italiano” (nacido en Vicenza en 1480 y reconocido santo en 1671) asegura en declaraciones a Radio Vaticano el sacerdote Marcelo Zubía, vicario general de los teatinos, la congregación fundada por el santo.
Podría decirse que la devoción es comparable con tantas otras experiencias de religiosidad popular, la mayoría de ellas de raíz católica, que persisten hoy mixturadas con prácticas religiosas provenientes de otras culturas y tradiciones y que poco a poco se han ido desinstitucionalizando de la Iglesia Católica a pesar del esfuerzo en contrario de sus ministros. Sin embargo, las características de la devoción, ligada al pedido del pan y del trabajo, hacen de San Cayetano no solo una de las prácticas de piedad más arraigada en los sectores populares, sino también una manifestación tangible que permite medir la preocupación de las clases más pobres respecto de estos temas. La concurrencia a San Cayetano crece de manera directamente proporcional al aumento del desempleo y a las penurias económicas de los más pobres.
Aunque la concurrencia al templo de Liniers mantiene un piso en cualquier coyuntura porque los fieles también acuden para “agradecer” al santo, la afluencia crece cuando las circunstancias económicas y sociales se hacen más críticas y las penurias aumentan. El dato no escapa a los responsables eclesiásticos, pero tampoco a la mirada de políticos, sindicalistas y analistas sociales. No en vano el papa Francisco envió este año una carta a propósito del 7 de agosto recordando su participación en esa festividad cuando era arzobispo de Buenos Aires y haciendo mención a “la angustia de hombres y mujeres que quieren y buscan trabajo y no encuentran” y subrayando que el país sigue “viviendo momentos en los cuales los índices de desocupación son significativamente altos”.
Como autoridad eclesiástica de Buenos Aires, el entonces arzobispo Bergoglio siempre alimentó la devoción y estuvo presente en cada celebración. Demostró en esa actitud su vocación para vincular o revincular lo religioso con lo social, pero también para recapturar institucionalmente las manifestaciones de piedad popular. El 7 de agosto del 2003, en medio de la crisis que vivía el país, sostuvo que “de la mano de San Cayetano queremos agarrar las manos de todos los argentinos, en especial las de los que ya no tienen esperanza, para recibir así, en conjunto, el don del pan y el don del trabajo”. Y agregaba que “el pan y el trabajo son un derecho inalienable que recibimos juntos y que compartimos; hacen a nuestra dignidad, como personas y como Nación”. Y con sentido claramente político subrayaba entonces que “puede costar más o menos lucha recuperarlos para todos. A veces hay que exigirlos, a veces pedirlos, y compartirlos siempre… Pero con la conciencia de que no es limosna, es justicia”.
Ya desde el año 1970, al influjo de las corrientes de pastoral popular, la Iglesia argentina había comenzado también a generar transformaciones en la propuesta de religiosidad popular vinculada a San Cayetano. Desde entonces se promovió que los devotos del santo que concurren a los santuarios de Liniers y Belgrano, en la Capital Federal, cambien sus promesas de velas y flores por alimentos y ropa que se envían a las regiones más necesitadas del interior del país. Así, especialmente la parroquia de San Cayetano de Liniers se convirtió en un recurso de solidaridad para muchas familias de toda la Argentina. En palabras de los propios sacerdotes que están a cargo del templo se pretende que en torno a la devoción se construya “un puente solidario” hacia quienes menos tienen. La propuesta de solidaridad apunta también a romper el sentido meritocrático individualista mediante el cual se ofrece una donación a cambio o como pago de un favor.
Con el correr de los años se comenzaron a crear también otras acciones con la misma orientación: un servicio social que contempla una bolsa de trabajo, una farmacia, un lugar de atención a familias necesitadas y otro para madres solteras. Todo ello dio lugar además al surgimiento de medios de comunicación como la revista “Pan y trabajo”, una radio comunitaria y hasta una editorial vinculada inicialmente a la obra. Algo de esto se entronca también con la historia del propio santo, hijo de una familia rica que decidió donar todos sus bienes y, después de obtener dos doctorados, dedicó su vida a atender a los necesitados y fundó asociaciones llamadas “Montes de piedad” (Montepíos) que se dedicaban a prestar dinero a gentes muy pobres con bajísimos intereses.
Ahora, en su carta con motivo de la celebración anual de San Cayetano el papa Francisco recordó que “cuando pedimos trabajo estamos pidiendo poder sentir dignidad; y en esta celebración de San Cayetano pedimos esa dignidad que nos contiene el trabajo; poder llevar el pan a casa”. Y retomando la que ha sido una de sus consignas sociales más importantes Francisco recordó que “trabajo (esa T –que junto con las otras dos T: Techo y Tierra– está en el entramado básico de los Derechos Humanos” porque “cuando pedimos trabajo para llevar el pan a casa estamos pidiendo dignidad”.
Pero en su esfuerzo constante de reinterpretar al Papa el presidente Mauricio Macri no se quedó atrás en esta ocasión. Dijo que “este gobierno está trabajando en la misma agenda” papal y explicó que “el papa Francisco describió que quien paga el pan con esfuerzo propio tiene otro sabor”. Para Macri, de quien no se sabe que haya concurrido jamás a San Cayetano, “es importante la solidaridad del trabajo en conjunto. Que cada uno pueda hacer el mejor esfuerzo para conseguir mejores oportunidades para todos”. Según el Ministro de Trabajo, Jorge Triaca, “el papa Francisco una vez más nos ayuda a plantear lo que está pasando en Argentina”.
Mientras desde los editoriales del diario La Nación se dictan lineamientos para una reforma de la legislación laboral que recorte derechos de los trabajadores para “no desalentar la inversión ni afectar la productividad” y el propio presidente Macri alienta cambios normativos en el mismo sentido, la concurrencia de devotos a San Cayetano en petición de pan y trabajo se convertirá este 7 de agosto en una manifestación más de la crisis y un termómetro de la gravedad de la situación social, en particular, del desempleo.
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