Donde decía lejos, volvió a decir cerca. Y Galeano regresó a La Habana, a encontrarse con sus amigos, en su casa de siempre, su Casa de las Américas. Apenas pisó el suelo del aeropuerto comentó: “Estoy muy contento de volver a la Casa y a Cuba.
A la Casa de las Américas que es mi casa, y a Cuba porque, aunque hace años que no vengo, siento como que vuelvo sin haberme ido.
Cuba siguió siempre viva dentro de mí, en mis palabras, en mis actos y en mi memoria: todo lo que de aquí recibí, en una relación en la que yo jamás oculté ninguna de mis discrepancias o mis dudas; pero tampoco oculté mi admiración por esta Revolución que es un ejemplo de dignidad nacional, en un mundo donde el patriotismo es el obligado privilegio de los países ricos y poderosos, pero negado a los pequeños y pobres.
No conocí en mi vida otro país tan solidario como este, ninguna Revolución tan ofrecida a los demás como ha sido y es la Revolución Cubana”.
Con el tiempo, nuevos hogares le han nacido en la Isla a Eduardo. Se llegó también hasta esa casa de las primeras décadas del siglo XX donde un amigo de igual nombre, Heras León, enseña técnicas narrativas a quienes pretenden recorrer el arduo camino del escritor. Jóvenes ávidos de literatura le escucharon hablar en el Centro Onelio Jorge Cardoso del compromiso personal con la historia, con la escritura.
Salió a andar La Habana, la misma que le inspirara aquella crónica de El libro de los abrazos, donde un conductor enamorado abandona su guagua por una mujer y los pasajeros van conduciéndola, por tramos, hasta llegar al final del recorrido. A La Habana Vieja se fue entonces, porque recorrerla “es un placer aparte. Ya lo había hecho antes, en compañía de Eusebio, ‘El Creador’ y esta vez pude confirmar que se merece un capítulo del Génesis para sustituir al de la Biblia, porque Dios hizo al mundo en una semana, pero este en pocos años ha hecho La Habana Vieja, que no es ‘moco de pavo’. Se merece un texto sagrado que reconozca la labor creadora de ese loco lindo que con tropical locura ha hecho el hermosísimo barrio de La Habana, que parecía condenada a la ruina, y que él la levantó y con ese impulso creador que tiene logró multiplicarla, descubriendo la energía que yo no sabía que contenía”.
Regresó a la Casa de las Américas, donde antes estuvieron Haydée Santamaría y Mariano Rodríguez y hoy lo recibía Roberto Fernández Retamar. Inauguró el Premio Literario del que en otras ocasiones fue jurado, y premiado, él mismo: “la Casa de las Américas, nacida de la Revolución Cubana, lleva más de medio siglo ayudándonos a vernos con nuestros propios ojos, desde abajo y desde adentro, y no con las miradas que desde arriba y desde afuera nos han humillado desde siempre”.
Junto con Haydée Santamaría, Premio Casa 1970
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Volvió al día siguiente. Y su lectura detuvo el tiempo, y desbordó los espacios de la sala Che Guevara, la Manuel Galich, la esquina de G y 3ra. No solo les habló a los lectores de su generación, también les resulta cercano a los jóvenes, que fueron a mirarse en sus Espejos, a reconocerse como Los hijos de los días. “Y los días se echaron a caminar, y nos hicieron a nosotros, que así fuimos nacidos, nosotros, los hijos de los días, los averiguadores, los buscadores de la vida”.
Galeano regresó a Cuba. Y los cubanos le hemos abrazado.
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